Podría ser una escena de Misión Imposible. Hay una persecución en motos. Ethan Hunt logra escapar, pero su perseguidor, vestido de negro de pies a cabeza, termina indemne y cuasi victorioso. Se saca el casco y para sorpresa de la audiencia y del propio Tom Cruise se descubre una larga cabellera rubia. Pero no, esto no es una película. Club Don Bosco, Ramos Mejía. Termina un partido de rugby de infantiles y la conmoción es mayúscula entre los chicos, entrenadores y padres del equipo rival cuando uno de los jugadores se saca el casquito protector y todos advierten que es una nena.
“En ese momento me sentía superpoderosa”, recuerda Yamila Otero, la protagonista de esta historia real. “Empecé a jugar al rugby a los 12 años. Mi hermano iba a entrenar todos los martes, jueves y sábados y yo me quedaba jugando con la pelota y las bolsas de tackle. El entrenador lo vio y me invitó a una práctica. Me sumé de a poco hasta que me ofrecieron jugar un partido. Eso fue lo máximo. Los chicos jamás hicieron diferencia, me sentía uno más. El club me aceptó perfecto, los papás me integraron. Para mí era un juego. Eso sí, siempre tuvieron la precaución de ponerme un casquito para que el otro equipo no se enterara que era mujer, pudiera jugar tranquila y no hicieran diferencias conmigo. Era un caos cuando me lo sacaba al final”.
Hoy Yamila tiene 27 años y representa al seleccionado argentino en competencias de elite como el Seven de Hong Kong o los Juegos Panamericanos. El rugby femenino creció exponencialmente desde que debía disfrazarse de varón para jugar. Todavía con limitaciones considerables en materia de infraestructura, competencia y difusión, vive un auge que empieza a romper todos los prejuicios.
En la Argentina hay en la actualidad 4430 jugadoras en edad competitiva (de M15 en adelante) y otras 761 en edad precompetitiva, según datos proporcionados por el departamento de prensa de la Unión Argentina de Rugby (UAR). Una cifra todavía ínfima al lado de potencias como Inglaterra, Nueva Zelanda y Estados Unidos, pero que esconde un crecimiento explosivo: respecto de 2017, el incremento es del 24%, un ratio que viene en ascenso desde 2009, cuando había solo 229 jugadoras fichadas, lo que equivale a una suba del 1800% en nueve años.
“Explotó. Empezaron a aparecer un montón de clubes por todos lados. O grupos de chicas que arman equipos y se ponen a jugar. Son las ganas de jugar. Cuando las mujeres nos proponemos algo, no nos para nada”. La que habla ahora es Guadalupe Montoro: 18 años, 1m80, segunda línea del Club Atlético Porteño, de San Vicente. “Empecé a jugar a los 14 años porque quería hacer un deporte. Por la altura me recomendaron básquet, pero siempre fui muy bruta. En el colegio no podía jugar al handball porque golpeaba con el cuerpo que tenía. Entonces, una de mis mejores amigas empezó a jugar al rugby y me invitó. Fui y no dejé nunca más”.
Guadalupe debió sufrir lo que la mayoría de las chicas que empiezan a temprana edad: empezaron jugando con varones en infantiles (el reglamento obliga a todos los clubes a aceptarlas), pero cuando llegaron a la edad de juveniles (M15) se quedaron sin equipo. En Buenos Aires la competencia oficial se limita al plantel superior y son muy pocos los clubes que tienen equipos de juveniles. Estuvo un año sin jugar, pero se quedó en Porteño. Lo mismo les pasó a Yamila (que luego pasó a Centro Naval), Sofía González (Sitas), Agustina Barrios (empezó en San Miguel y se mudó a Sitas) y Ornella Rocca (Centro Naval). Las cinco chicas reunidas por LA NACION para esta producción en el CASI.
Sofía le pide un instante más al fotógrafo. Se mira al espejo, se peina y dice: “Hoy en día los varones se arreglan más que las mujeres antes de salir a jugar”, justifica. No son mujeres haciendo un deporte de hombres, son mujeres haciendo un deporte. Punto. Que el rugby tradicionalmente en la Argentina haya sido propiedad exclusiva de los hombres, es otra cosa”. No sin antes romper algunos prejuicios, las mujeres se ganaron un lugar. “Con los chicos no hay problemas. El tema está en los señores dinosaurios, que están acostumbrados a que el rugby tradicionalmente fuera jugado por hombres y que de repente vengan mujeres a hacer las mismas cosas, como los jueves ir a comer al club, los sábados quedarse a ver la primera, les resulta chocante”, explica Sofía.
“Hoy nos aceptan sin problemas”
“En un seven interno íbamos a jugar un partido con los veteranos, pero no quisieron porque éramos mujeres. Entonces jugamos contra otro equipo de chicos, con los que nos re divertimos. Se dieron cuenta que no les teníamos miedo, que no nos íbamos a achicar porque fueran hombres o más grandes”, recuerda Agustina.
“Es más el tabú que existe de que en el rugby se matan”, agrega Yamila. “La gente piensa que el ruck es tirarse todos arriba de la pelota. Hay deportes de mujeres en donde también se pegan, como el handball o el hockey. Te llega a pegar un bochazo y no creo que duela poco. No creo que una bailarina de danza clásica o una gimnasta sufra poco. Todo fue avanzando y hoy nos aceptan sin problemas. Antes había muchísima más resistencia.”
Yamila y Sofía integran también el seleccionado argentino de las Pumas, que hoy está compuesto por un grupo de 28 jugadoras de todo el país, 18 de las cuales están becadas, que se entrenan tres veces por semana en sus respectivos Pladares y 12 veces al año hacen concentraciones todas juntas. Entrenadas por el marplatense Daniel Villén, este año tienen como principales compromisos el Seven de Hong Kong (clasificatorio para el Circuito Mundial), los Panamericanos de Lima, la clasificación para los Juegos Olímpicos , los Juegos Odesur en Rosario y dos Sudamericanos. A nivel regional, la Argentina pelea el segundo escalón con Colombia. El dominador es Brasil, que alcanzó un gran desarrollo a partir de una fuerte inversión de cara a Río de Janeiro 2016, cuando el rugby recuperó su status olímpico.
“Hemos crecido año a año y de a poco se va acortando la brecha. Cuando el crecimiento es exponencial como el que se está dando, de a poquito se va a ir viendo reflejado en la cancha”, apuntó Francisco Rubio, gerente de Rugby de la UAR. “El cambio ya se dio en forma efectiva y las chicas están en un camino que les va a permitir seguir en ascenso. Apuntamos a que cada vez haya más participantes, más y mejores resultados. Para los cinco años de trabajo que llevamos, creo que estamos muy bien”.
Una aclaración: en la Argentina el rugby femenino es casi exclusivamente de seven. No hay competencias de 15 y el torneo de la URBA se juega bajo la modalidad de 10-a-side. El Nacional de Clubes, que ya lleva ocho realizaciones y tiene a Universidad Nacional de Córdoba como último campeón, y el Seven de la República, cuya tercera versión ganó Tucumán en diciembre, son las principales competencias a nivel local.
En términos de difusión, las redes sociales contribuyeron a este auge. Es destacable lo que están haciendo Bárbara Pichot (hermana de Agustín) y el exPuma Gonzalo Camacho con la creación de las Barbirians, un combinado con jugadoras de distintos clubes que van rotando y recorre el país para disputar distintos certámenes de Beach Rugby, propagando las virtudes de este deporte, que son universales y no entienden de género.
“En el rugby encontré una familia tremenda. El rugby te deja un amor que es increíble”, cuenta Guadalupe. “Vos tenés tu casa, y también tenés el club, que también es tu familia. Nosotras empezamos siendo diez, ahora somos 25. Cuando se nos mete algo en la cabeza, cualquier piba lo logra”. Yamila asiente: “Es muy de mujer eso: si tenés que resolver, resolvés. Siempre nos dicen que aprendemos muy rápido porque estamos más dispuestas a aprender”.
En una época marcada por la lucha de la mujer por lograr igualdad, el ámbito deportivo no es la excepción. En el rugby, contra todo prejuicio, empiezan a ganarse un lugar.
Fontanarrosa, de exportación
Isabel Fontanarrosa es tucumana. Jugó en Cardenales y es una de las trywomen históricas del seleccionado argentino, y el año pasado decidió ir a probar suerte a Francia. Juega en Lons, un equipo que es una sucursal de Pau (Section Paloise), el exequipo de Santiago Fernández y Conrad Smith, y participa del Top 16, la primera división del rugby femenino francés.
“Cuando competís internacionalmente ves a los equipos Europeos y a los de Oceanía que todavía son muy superiores. Eso me dio la curiosidad por venir a hacer la experiencia y buscar un poquito más de crecimiento en el deporte. A pesar de que no soy de las más chicas [tiene 30 años], vine a aprender de todos los aspectos. Me contacté con algunas personas y pude encontrar un club interesado que me ayudara a establecerme en Francia, ya que no existe el rugby totalmente profesional para las mujeres aquí”, explica Isabel.
Y agrega: “Apenas hace unas semanas se ha profesionalizado a las jugadoras del seleccionado francés como vienen haciendo otras potencias como Australia y Nueva Zelanda. Tengo un contrato a través de un instituto de formación deportiva para estudiar y para colaborar en el análisis de los videos de las categorías juveniles. A nivel clubes, es interesante el apoyo de la Federación Francesa directamente hacia los clubes para el desarrollo de las jugadoras. Ninguna jugadora en ningún nivel debe pagar su cuota club, los clubes se mantienen por múltiples sponsors y el apoyo de la Federación, y los clubes profesionales de varones deben asociarse y sponsorear a los clubes femeninos”.
Impulso global
El crecimiento del rugby femenino en la Argentina va de la mano con un gran impulso global. Hay potencias donde el rugby lleva años de desarrollo y alcanzó nivel profesional a nivel de los seleccionados nacionales. Según un informe reciente de World Rugby, 9,1 millones de chicas juegan al rugby alrededor del mundo, un crecimiento del 28% respecto de 2017, y la inversión por parte de este organismo es de 482 millones de libras esterlinas para el ciclo 2016-2019 (unos 630 millones de dólares). Nueva Zelanda es el campeón mundial en XV (ganó cinco de las ocho copas) y seven (ganó dos de los tres certámenes).
Francia viene en ascenso: es el último campeón del Seis Naciones femenino (que domina Inglaterra con 14 títulos en 23 realizaciones), subcampeón del Mundial de Seven en San Francisco y en noviembre le cortó un invicto de 17 meses a Nueva Zelanda. Las chicas también tienen su Circuito Mundial de Seven, con seis etapas alrededor del mundo (Estados Unidos, Dubái, Australia, Japón, Canadá y Francia); Australia es el último campeón.
Las chicas argentinas todavía están lejos de las potencias, pero (como se ve) de a poco van ganando su terreno.
Por: Alejo Miranda
www.lanacion.com.ar
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