Con un try de Pablo Gambarini en la última jugada, venció 21-19 a Hindú, el mejor de la temporada; lo suyo no fue sólo corazón: supo desarticular el juego de su rival.
Eriza la piel. Es imposible sostenerse indiferente, imparcial, ante ese huracán de sensaciones que se viven en la noche de San Miguel, en el Buenos Aires Cricket & Rugby Club. Estremece esa corrida de Agustín Cresta, esos segundos finales. Y, de ahí, esa pelota que se abre hacia la derecha, que pasa por las manos de Federico Böck, y todos, cada uno, en las tribunas ven que por ese lado hay más camisetas cebradas. Y la pelota se sigue abriendo y encuentra refugio, seguridad, en los brazos de Pablo Gambarini. Y el hooker corre en la carrera más larga de su vida, la más feliz. Y se zambulle en la gloria que sólo son capaces de conocer los que nunca se rinden, los que luchan con fiereza hasta el final.
¿Cómo no dejarse llevar por esa oleada del CASI? No, no se puede salir indemne. El corazón que empuja a ese equipo, ahora late en todos los que observan el milagro de la Academia. Pero el milagro no es el triunfo sobre Hindú por 21-19, en la última jugada del partido, sino esa pasión, que es motor del empuje incontenible de un equipo asombroso.
Pero, ¡atención!, que el CASI no se sustenta sólo en ese corazón inquebrantable. Fue inteligente, por ejemplo, para mantenerse siempre cerca del tanteador de Hindú; ni siquiera en el epílogo, cuando el éxito parecía un aliado de Hindú, se desesperó por achicar de cualquier manera. Prefirió puntos seguros con el pie de Thomann (muy errático en el primer tiempo, acertado en el segundo) a la búsqueda del try de cualquier modo.
La otra gran virtud fue deslucir el rendimiento del rival, el de mejor performance en la temporada. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata también el deporte. De proponer el juego que menos le conviene al equipo adversario, de maniatarlo. Y en eso fue experto el CASI contra Hindú.
Ese fue el objetivo de la Academia durante 60 minutos. Y en parte lo logró. Porque si bien Hindú se erigió desde el comienzo como el dominador, no lo hizo con comodidad. La marca del CASI fue siempre una molestia que le costó quitarse de encima; casi imposible le fue desplegar ese juego que reúne belleza y eficacia. Y sólo una vez pudo llegar al ingoal en ese lapso: fue sobre el final del primer tiempo, con un line, buen control y un notable pase de Manasa Fernández Miranda para Agulla.
Hindú manejaba el partido con solvencia. Es cierto, no podía sumar puntos, pero daba la sensación de que todo estaba bajo control. Y sería injusto decir, también, que el partido le pesó. Ni los nervios ni la presión fueron un factor que mermara el juego de los torcuatenses.
En el segundo tiempo, todo era tan favorable para Hindú que el CASI no pisó territorio rival hasta los 22 minutos. Pero allí cambió el partido. Sus forwards fueron un vendaval imposible de contener. Arrinconaron a sus pares contra su ingoal. Y llegaron al try, con Gaitán.
Pero al CASI le quedaba por demostrar, otra vez, que su pasión es enorme. Porque soportó un golpe durísimo: al rato, Hindú volvió a apoyar, con Manasa, luego de una excelente jugada personal de Francisco Bosch. Otro equipo hubiera sucumbido ante esa mano de KO; la Academia no.
Primero surgió la serenidad de Thomann para optar por los penales, antes que la búsqueda al touch; lo primero era descontar. Y el resultado final le dio la razón. Con esa última corrida de Gambarini, que eriza la piel, que estremece, incluso, hasta a los imparciales. Una sensación que sólo puede generar este CASI de los milagros.
Y ahora vendrá el SIC. Hay quienes dicen que si aquel equipo de 2003 no lo venció en la final, es una meta imposible. Pero, ¿quién se anima a decir que estos muchachos no son capaces de otra demostración de fe y de pasión?
Por Diego Quinteros
De la Redacción de LA NACION
Definición con toque clásico
Como en 2003, el SIC y el CASI serán los protagonistas de la final del torneo de la URBA (en aquella oportunidad se impuso el primero por 20 a 9). El partido se disputará el sábado próximo, desde las 18, en la cancha del Buenos Aires Cricket &Rugby Club, con el arbitraje de Pablo Deluca.
“Duele mucho perder de esta manera”
Tenía un invicto de 18 partidos. Tenía el récord de puntos, la mejor marca de tries. Era -aún lo es- el mejor equipo. El que eligió la mayoría como el favorito. Por eso fue lógico el dolor de los jugadores, muchos envueltos en llanto, minutos antes de la íntima reunión con Patricio Noriega, el entrenador. “No es un momento trágico ni fatal, pero duele mucho perder de esta manera. Lo importante es lo que hicimos durante toda la temporada. Me preocupa que se levanten en la parte anímica. Fue un tropezón, son cosas de la vida”, analizó Noriega, en medio del dolor por la imprevista caída.
Juan Fernández Miranda buscó consuelo en el mejor desempeño de su adversario. “El CASI nos ganó porque es un equipo que tiene mucha actitud y juega bien. Ojalá que les vaya bien en la final”, dijo, a modo de deseo.
PABLO GAMBARINI
El try que lo llevó a la final
Pocas veces el hooker habrá celebrado tanto una conquista como la de ayer, a los 43 minutos del segundo tiempo, que le permitió clasificarse para la final del torneo de la URBA. Fue el mejor desenlace para uno de los estandartes del pack, que jugó un gran partido. Además, aportó buen empuje en el scrum y gran coordinación en los lanzamientos de la hilera: al CASI sólo le robaron uno de los 12 lines que tuvo en su favor.