El ex wing de los All Black explica lo que significa formar parte del mítico seleccionado kiwi.
Hay muchas maneras de afrontar un partido de rugby, pero ninguna tan icónica como la de la selección de Nueva Zelanda. Los All Blacks, como así se conoce, llevan décadas practicando una danza tribal tan impresionante para el público como intimidante para los rivales. Este «haka» consiste en una coreografía de gritos y golpes heredada de los maoríes y popularizada mundialmente gracias al deporte. «Forma parte de nuestro origen y es una manera de continuar con nuestras tradiciones. Nos sirve para prepararnos física y espiritualmente para un desafío, en este caso, un partido», explica el exinternacional Joe Rokocoko, un jugador de 1,89 de estatura y casi 100 kilos de peso que atiende a ABC con una sonrisa permanente.
De nuevo en la cancha, el tiempo se detiene durante un par de minutos mientras los All Blacks ejecutan sus movimientos, los cuales no están exentos de polémica. Muchos consideran al «haka» un gesto antideportivo que les otorga ventaja, algo que no parece quitarles el sueño a sus protagonistas. «Cuando hacemos esta danza estamos tan concentrados que no nos fijamos en el rival. Sé que cada equipo reacciona a su manera, aunque nos da un poco igual. Algunos lo entienden y lo respetan y otros lo consideran una falta de respeto, pero lo que buscamos es hacerlo bien y por el motivo correcto», afirma Rokocoko. «Mientras la haces se te ponen los pelos de punta. Tanto que, cuando terminas, necesitas un momento para calmarte, ya que toca centrarse en el partido».
Con más de un siglo de historia, esta danza de los All Blacks es desde su origen uno de los mayores reclamos del rugby, un deporte que ha tejido estrechos lazos con la cultura neozelandesa. La relación con la etnia maorí, que comenzó a llegar a la isla en el siglo X y aún cuenta con cientos de miles de personas en el territorio, es más que evidente: «El ‘haka’ es una danza tradicional que se realizaba antes de ir a una batalla. Se introdujo en el rugby de manera muy respetuosa porque se considera un gran desafío. Ahora intenta darnos fuerza, crear ilusión, levantar los ánimos y llamar a nuestros ancestros».
Llegar a ser un All Black
No existe mayor reto en el rugby que jugar con los All Blacks, uno de los equipos más míticos de la historia del deporte, ya sea por los éxitos cosechados sobre la cancha como por lo que significan para su país. No todo buen jugador vale para vestir la camiseta negra, quedando reservado este honor para unos pocos. Rokocoko bien lo sabe, pues tras jugar durante más de un lustro con Nueva Zelanda, no ha olvidado la presión de cada partido: «A los nuevos se les dice desde el principio que si no están dispuestos a aguantar esa presión, pueden buscar otro horizonte. Todos buscan dar lo mejor contra nosotros y no lo podemos hacer mal ningún día».
Tal y como cuenta, en Nueva Zelanda se vive el rugby con verdadera pasión. «Es más importante la elección del nuevo entrenador de los All Blacks que la del Primer Ministro», dice riendo. Una realidad que, según narra, no tardó en percibir: «No eres consciente de lo que realmente son los All Blacks hasta que aterrizas en Nueva Zelanda. Cuando llegas aquí ves la locura que hay en torno a ellos y ocurre lo mismo cuando viajas fuera». Y es que el rugby es un deporte que mueve a todo el país para paralizarlo por completo los días de partido. «Si le preguntas a un neozelandés qué religión elegiría, te dirá que el rugby. Los All Blacks forman parte de nuestra historia y nuestro legado. Es una forma de transmitir la cultura nacional», explica.
La historia de Rokocoko, sin embargo, empieza lejos de Nueva Zelanda, a más de 2.000 kilómetros. Él nació en Nadi, un pueblo de Fiji en el que pasó su infancia hasta los cincos años. Fue en un campo de lado de su casa donde tuvo su primer contacto con la pelota, jugando allí con su hermano y sus primos: «Entonces sólo practicaba deporte por diversión», recuerda. En aquellos años y en los venideros, de tanto verlos por televisión, terminó memorizando buena parte de los movimientos del «haka» que más tarde acabaría protagonizando ante miles de personas. «Cuando somos niños apenas nos cuesta aprenderla», confiesa.
El pasado mes de septiembre, Rokocoko anunció su retiro. Fue uno de los jugadores más veloces del siglo, capaz de correr los 100 metros en 10,66 segundos. Lo hizo tras cumplir su sueño de niño: llegar a jugar con la camiseta negra: «Fue un honor y un privilegio formar parte del equipo. Es lo que quieren todos los niños que juegan al rugby e incluso aquellos que no lo hacen. La gente de Nueva Zelanda está muy orgullosa de su país y los All Blacks les representan por todo el mundo. En mi caso fue muy emocionante porque era consciente del sacrificio que tuvo que hacer mi familia para que yo pudiera estar ahí. Ese momento en el que me puse la camiseta por primera vez fue muy especial y es un orgullo que voy a recordar toda la vida».
Ahora forma parte de los All Blacks Classic, un combinado de estrellas que llegará a Madrid el próximo mayo para medirse a la selección española. Rokocoko asume así su nueva función, la de preservar y divulgar el legado del equipo: «El rugby en Nueva Zelanda, a diferencia de en otros países, es el deporte del pueblo. Por ello, tenemos un refrán que dice que tienes que hacer todo por dejar la camiseta en mejor lugar que en el que está cuando empiezas, y si no eres capaz de ello, es mejor que no seas un All Black».
Por Carlos Tristán González
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