Es singular la historia del rugby con los Juegos Olímpicos: ausente durante 94 años en buena parte por decisión propia, ahora prende una vela para que se pueda llevar a cabo Tokio 2021, tras frustrarse la edición original de 2020.
Ocurre que la World Rugby tiene en los Juegos la apuesta más poderosa para instalar al deporte en más países y en mercados más fuertes desde lo económico. La vuelta que se produjo en Río 2016 significó un paso adelante, ya que nunca el rugby había estado en una vidriera semejante, por lo cual las esperanzas de seguir avanzando están puestas en que, más allá de cómo se realicen, se disputen estos Juegos. De no concretarse, sería otro golpe de los tantos que viene recibiendo desde la llegada de la pandemia.
La presencia en los Juegos Olímpicos le ofrece al rugby dos aptitudes para salir del círculo chico -aunque poderoso- en el que siempre se desempeñó: la modalidad de seven, más atractiva y fácil de entender para quien lo observa desde una pantalla, y la participación de las mujeres. En Río, las tres jornadas se jugaron con el estadio repleto. Los Juegos son el acontecimiento con más audiencia en el mundo. Si bien en 2016 bajó algunas décimas el rating televisivo, el crecimiento fue extraordinario en las plataformas digitales y en las redes sociales, con Instagram como estrella. Ahora espera Tik-tok, que fue la sensación en la Copa del Mundo de rugby de Japón 2019. A propósito: entre tanta mala, el rugby debe agradecer que pudo realizar su torneo más importante apenas un tiempo antes de que apareciera el Covid-19.
El beneficio del rugby o de cualquier deporte por participar de los Juegos no es directamente económico. Ningún país ni ninguna federación reciben un centavo de los miles de millones de dólares que cada cuatro años embolsa el Comité Olímpico Internacional (COI). Está, claro, la gloria por la competencia, pero en deportes como el rugby, que no tienen un alcance global y que no llegan a países populosos como China o India, o que lo hacen en menor medida en Rusia, Estados Unidos, Alemania y Brasil, la importancia vital es acercar el juego a esos lares. Si Tokio se cancela definitivamente, como quiere la mayoría de los japoneses y suponen varios analistas, el rugby perderá una enorme oportunidad que agrandará el agujero que ya le generó la pandemia.
Entre tanta suspensión, cancelación y permanentes cambios de planes, el Covid trasladó la gira de los Lions a Sudáfrica prevista para julio de este año a febrero (pleno verano) de 2022, pasando el 6 Naciones a la primavera europea. En la Argentina, por ejemplo, no hay rugby de clubes desde noviembre de 2019 y las expectativas para este año no son las mejores, al menos en el primer semestre. Sin Juegos, el rugby 2021 tendrá escasa trascendencia internacional.
El rugby y el fútbol fueron los primeros deportes de equipo en intervenir en los Juegos Olímpicos. Fue en París 1900, de la mano del barón Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos de la Era Moderna y cultor del rugby (fue árbitro de la final del primer campeonato francés). Luego participó de Londres 1908, Amberes 1920 y París 1924. Una trifulca entre jugadores y público en la final que Estados Unidos le ganó a Francia significó una de las razones de la exclusión del movimiento olímpico. Durante varios de sus años amateurs, la International Rugby Board (IRB) se negó a volver porque no quería mezclarse con deportes profesionales. Hubo tenues intentos en Roma 1960, Moscú 1980 y Seúl 1988 y, ya con el profesionalismo decretado en 1995, buscó un lugar en varias oportunidades, hasta que fue aceptado en la reunión que el COI celebró en Copenhague en 2009. Río 2016 concretó el regreso. Ahora, asoma un nuevo quiebre en esta singular historia.
Por: Jorge Búsico
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