El equipo mendocino venció 12-10 a Huirapuca en una final vibrante y cargada de emoción. Entre abrazos, historias que se repiten de generación en generación y un nivel juvenil de elite, el torneo volvió a demostrar por qué es el torneo M-19 más prestigioso del país.
¿Qué significa ganar un “Veco” Villegas? La reacción de Conrado Bertranou, el medioscrum de Los Tordos, tras lanzar un kick al touch explica mejor que cualquier discurso lo que hay detrás de este torneo: tensión, historia y un sentido de pertenencia que se renueva en cada edición. Otra imagen lo resume igual de bien: Santiago Quevedo Mendoza corriendo hacia una de las tribunas de Tucumán Rugby para abrazarse con su papá, Ramiro. El joven había repetido la misma hazaña que su padre décadas atrás (lo ganó en 1988): conquistar el torneo juvenil más importante del país. No son casualidad esas lágrimas ni esos abrazos. Y también dice mucho la foto final entre Huirapuca y los mendocinos, porque el rugby, más allá de cualquier marcador, es unión, respeto y comunidad. El “Veco” es una competencia frenética que se ganó su prestigio año tras año y que funciona como vidriera para que los juveniles M-19 se midan con los mejores del país. Esta vez, el título viajó a Mendoza: los “Pájaros” derrotaron 12-10 a Huirapuca en una final cerradísima, impredecible hasta el último segundo.
Es cierto: la final fue luchada desde el principio. Nadie quería ceder un metro ni cometer un penal que significara una desventaja. Los Tordos y Huirapuca estaban dispuestos a dejar todo para quedarse con la copa del “Veco”. Para “Huira”, significaba la posibilidad de sumarse por primera vez a la lista de campeones. El equipo de Leandro Molinuevo había alcanzado la final por primera vez en su historia y estaba a 40 minutos de entrar a ese selecto grupo. Para Los Tordos, un participante recurrente en la cita, el desafío era sumar su segundo título y cortar la sequía en finales (cayeron en 1999, 2005 y 2023). Esa tensión explica el tanteador corto. Pero un marcador bajo no convierte a un partido en aburrido: lo que dejó esta final fue intensidad, entrega y un final digno del torneo juvenil más prestigioso del país.
El duelo se abriría al minuto de juego. Luego de una sanción del penal, Federico Serpa, un apertura que ya fue convocado para jugar en la Primera pero bajó para estar presente en este torneo, eligió la opción de patear a los palos: colocó la ovalada en el tee y lanzó un remate certero a los postes de la H para poner el 3-0. Una ventaja corta, pero suficiente para empezar a marcar una tendencia en el marcador. Huirapuca reaccionó rápido con pases veloces y mucha dinámica en sus backs, aunque la falta de efectividad empezaría a hacerse notar. Pese a llegar a la línea de 22, siempre fallaba o perdía la pelota en los últimos metros. Y allí yace el motivo por el que Los Tordos sostuvieron la ventaja durante gran parte del primer tiempo. A los 13′, Serpa volvió a elegir los palos y estiró la ventaja a 6-0.
Huirapuca despertó en ese momento: tras un line, “Huira” armó un maul que fue conducido por Mateo Zamorano y terminó en try. El apertura Juan Agüero pateó la conversión y anotó el 7-6. Ese envión fue clave para cambiar el ánimo, y a un minuto del final del parcial, Agüero sumó un penal para dejar el partido 10-6. Los concepcionenses, sin embargo, no supieron sostener la ventaja: justo antes del descanso, Serpa anotó otro penal y cerró el primer tiempo 10-9.
En el complemento, Los Tordos salieron con otro envión
De cara a la segunda mitad, Los Tordos salieron con mayor intensidad. Al minuto, estuvieron a tiro de un try, y a los 28′, Serpa volvió a vestirse de protagonista al patear un penal desde cerca de la mitad de la cancha para poner el 12-10.
Huirapuca, en tanto, tuvo su chance más clara a los 35′: Agüero ejecutó un penal que impactó de lleno en uno de los postes. Fue el último aviso de un partido que pendía de un hilo.
El penal fallido fue el último gesto de un partido que se jugó con los dientes apretados. Pero cuando el árbitro marcó el final, lo que importó no fue el poste, sino el abrazo. El de Los Tordos al celebrar su segundo campeonato. El de Huirapuca al consolarse después de su primera final. Y, sobre todo, el de padres e hijos en las tribunas, como aquel de los Quevedo, símbolo perfecto de lo que deja el “Veco”.
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