Croke Park, santuario de los deportes gaélicos, maravilló por su respeto hacia el himno inglés. Ocurrió el sábado en Dublín, en el choque del torneo Seis Naciones entre Irlanda e Inglaterra.
MADRID | DUBLÍN.- Fueron menos de dos minutos, pero la tensión, la intensidad, la emoción y el respeto que cargaron esos instantes dignificaron al deporte en general y al rugby en particular, y a un país, Irlanda, que dio un estremecedor ejemplo al mundo entero. Ocurrió el sábado en Dublín, en los prolegómenos del choque del torneo Seis Naciones entre Irlanda e Inglaterra. La cita trascendía mucho más allá del deporte hasta alcanzar de lleno a lo político, lo social e incluso lo histórico. Y por una vez, todos los protagonistas estuvieron a la altura.
No se resolvió para siempre el conflicto por Irlanda del Norte, no se firmó ningún acuerdo, no se renunció a ningún derecho ancestral, ni hubo entrega de armas. Lo que hubo fue una sincera manifestación pública cargada de simbolismo, un mensaje para el mundo atronador pese a consistir en un silencio: la República de Irlanda quiere pasar página sobre uno de los conflictos más enquistados del planeta y mirar irremisiblemente hacia el futuro.
A las 18:25 y bajo el típico cielo gris dublinés descargando una fina pero constante lluvia, la presidenta irlandesa, Mary McAleese, saludó como es tradicional uno por uno a los componentes de ambos equipos. Pero en sus risas nerviosas y en sus gestos se notaba la tensión. Cuando abandonó el césped, los jugadores ingleses se agarraron de los hombros a la espera de su himno nacional.
En las gradas se hizo el silencio total. Era el momento que todo un país llevaba esperando durante semanas, sobre el que se había debatido hasta la saciedad. El himno británico iba a sonar en un templo sagrado del nacionalismo irlandés y en uno de los mayores símbolos de la oposición a todo lo inglés: el estadio de Croke Park.
El coliseo de los deportes gaélicos aceptó tras una batalla de años abrirse a los deportes "extranjeros" como el rugby y el fútbol, los entretenimientos importados por los "invasores" ingleses. Y lo que más temían los reticentes a la apertura era que eso significaba que el enemigo profanase el templo.
Hasta hace muy poco, lo que ocurrió el sábado era absolutamente impensable. ¿La bandera inglesa ondeando en Croke Park? ¿El ‘God save the Queen’ (Dios salve a la Reina) interpretado entre sus cuatro paredes? Cualquiera que hubiera sugerido algo similar habría sido tachado inmediatamente de loco en un país con menos de un siglo de independencia y donde el patriotismo está mucho más vivo que en otros componentes más antiguos de la Vieja Europa.
Pero estaba pasando. McAleese tardó unos interminables 54 segundos en regresar a su lugar en el palco, saludar con un beso al primer ministro irlandés, Bertie Ahern, y cuadrarse para escuchar los himnos. Los pocos opositores activos se habían quedado en los alrededores del estadio situado en la mitad norte de la ciudad, reducidos a unos pocos manifestantes estrechamente vigilados por la policía a los que ningún espectador prestaba atención. Todos estaban mucho más preocupados por terminar sus pintas antes de acudir a tiempo a su asiento, por el que algunos llegaron a pagar 1.500 euros (casi 2.000 dólares).
Y entonces ocurrió. Las bandas de la policía y el ejército irlandeses, unidas para la ocasión, avisaron con un pequeño redoble de que el momento había llegado y a continuación sus 60 miembros interpretaron la melodía que durante décadas simbolizó lo más cercano al diablo para la católica y republicana Irlanda.
Sangriento precedente
La última vez que los británicos habían estado oficialmente en Croke Park fue el 21 de noviembre de 1920, el primer ‘Domingo Sangriento’. Paramilitares británicos entraron armados en el entonces modesto recinto y abrieron fuego a discreción en represalia por el asesinato la noche anterior de 18 agentes secretos ingleses por parte del IRA. El resultado: 14 muertos, entre ellos Michael Hogan, jugador de uno de los equipos que en ese momento estaban sobre el campo.
El sábado, apoyados desde las gradas por unos 7.000 compatriotas que habían cruzado para la cita el mar de Irlanda, los fornidos ingleses cantaron a voz en grito mirando de frente precisamente la tribuna bautizada en honor de Hogan. Fueron 42 estremecedores segundos para entonar la versión corta, sólo la primera estrofa, la que reclama a Dios que envíe "victoriosa, feliz y gloriosa" a su reina. No era el momento ni el lugar para cantar la versión larga, la que reclama al cielo que "disperse a sus enemigos y los haga caer" y que "confunda sus políticas y frustre sus viles trucos".
Los 75.000 irlandeses hablaron simultáneamente con su silencio. Se había discutido sobre protestas, se pidieron gestos, se amenazó con abucheos y silbidos, se reclamaron disculpas. Hubo sin duda muchos labios mordidos, pero nadie alzó la voz, y los cimientos del estadio no temblaron.
El aplauso final fue el remate perfecto al triunfo de los que habían clamado por "enterrar los fantasmas de la historia". De los que pedían que el país enseñase su nueva cara y la desbordante confianza proporcionadas por el ‘boom’ económico del Tigre Celta en los últimos lustros.
La ocupación británica, ‘un distante pasado’
"El mensaje, no las palabras, fue lo que importó: Aquí estamos, todos nosotros. Felices. Orgullosos. Esto es Irlanda. Somos Irlanda. Vivan con ello", escribió ‘The Irish Independent’. "Fue una afirmación nacional de que tenemos el mando de nuestro destino. La ocupación británica es un asunto de un distante pasado", opinó ‘The Irish Times’.
Luego llegaron los himnos irlandeses, cantados con más fuerza que nunca y con lágrimas en muchos ojos, y un partido en el que Irlanda coronó su gran noche de madurez arrasando a Inglaterra por 43-13. Fue también la victoria del rugby, "el deporte para animales jugado por caballeros", frente a otras muchas especialidades, empezando por el fútbol, ese que los apasionados del balón ovalado desprecian precisamente por ser un "deporte para caballeros jugado por animales".
Cuando terminó el choque y todo el país comenzaba una larga fiesta que se extendió hasta el domingo, la megafonía de Croke Park puso el broche de oro a la cita: "A cada una de las 81.000 personas en el estadio, muchas gracias". Rindiéndose ante el ejemplo dado, el diario británico ‘The Daily Mail’ escribió el epílogo: "En este día histórico para el deporte civilizado, el ‘speaker’ habló por todos nosotros".