Desde niños nos bombardean con la necesidad de tener héroes. Algunos vienen en formato de dibujito animado, otros nos los producen desde empresas que sólo buscan vender.
Durante el Mundial de Nueva Zelanda, se retiró de su vida activa como héroe del rugby Mario Ledesma. Si bien alguna noción de cómo surgió Superman o el Hombre Araña tenemos -las historias tienen que tener un comienzo- la llegada de Mario, Súper Mario como le gusta llamarlo a la prensa internacional, está bien documentada. Debut para Curupaytí en 1990 como miembro de una camada de buenos jugadores del club de Hurlingham, Pumita en 1992 – con quien luego sería su entrenador, Santiago Phelan- y seleccionado de Buenos Aires.
En esa época, Mario era un buen tercera línea, pero no lo suficientemente bueno como para llegar al equipo nacional y fue una buena idea sugerirle que si quería un futuro internacional, le convendría considerar un cambio de puesto.
Aceptó el desafío de abandonar la libertad que le daba la tercera línea para aceptar aprender un nuevo rol en el encierro que puede ser el puesto de hooker. La apuesta fue conjunta: él cubrió su parte y los selectores nacionales cumplieron su parte del trato. Viajó con el seleccionado universitario al Mundial que se jugó en Sudáfrica ya como hooker y dos meses después, el 18 de septiembre de 1996, debutó contra Uruguay en el desaparecido Torneo Panamericano. Ni siquiera él debe recordar el nombre del Mohawk Stadium en la aburridísima Hamilton canadiense. Las chances surgieron y al arrancar, con Federico Méndez dueño del puesto, luchó con Carlos Promanzio, el ex jugador de Duendes. La batalla duró poco ya que dentro del primer año de internacional ya era el hooker número 2 de Argentina. A Japón, en la única gira de Argentina a aquel país, fue como capitán.
Tuvo suerte. Participó de triunfos históricos (Australia 1997) y del Mundial 1999 donde fue el mejor hooker de ese torneo. No estaba Méndez y cada vez que le tocó jugar, lo hizo bien. No era el más callado, le gustaba divertirse y el rugby y Los Pumas eran una gran oportunidad para viajar, aprender y estar con amigos. Aquel Mundial cambiaría todo ya que enseguida le llegó la oferta de irse al rugby profesional y se sumó al Narbonne.
Seguía la batalla con Méndez – el mendocino era más fuerte y tenía mucha más experiencia en el puesto- aunque el debut en el Mundial 2003 fue suyo. Tres line-outs considerados torcidos -su talón de Aquiles- lo quebraron anímicamente. No fue un buen partido y perdió el puesto para recuperarlo al año siguiente y no dejarlo más. Fue líder positivo una vez que encontró su lugar en el campo de juego y con la veteranía y la falta de pelo creció su capacidad para apoyar a los más chicos, un trato que le valió un lugar entre los referentes. El Mundial 2007 marcó a fuego una época impresionante del rugby argentino. La medalla de bronce reivindicó la dura posición de los jugadores ante los dirigentes. Ledesma fue implacable dentro y fuera de la cancha.
Cuando parecía que llegaba el ocaso de su carrera internacional y lentamente el rugby de alto rendimiento iría quedando de lado, la necesidad del seleccionado y su hambre intacta hicieron que siguiera siendo el dueño indiscutido de la camiseta número 2.
Llegó el cuarto mundial con Ledesma titular indiscutido. Quienes supusieron que seguía allí por aquella larga amistad con Tati Phelan no entendieron quién es Ledesma y el orgullo que tiene por la camiseta y lo que vestirla significa.
Jugó como juega él, no guardándose nada. El motor y la nafta le alcanzaban para 60 minutos, pero esos 60 minutos (a veces algunos más) eran al ciento por ciento o más. Llegó el final de su carrera nada menos que con los All Blacks en su casa de Eden Park. Fue un partido duro, parejo durante la hora que estuvo él. No fue por su salida que terminaron ganando los de negro, pero él se fue jugando como lo hizo siempre.
Salió por el centro de la cancha, chocó sus palmas con su sucesor natural Agustín Creevy, y lagrimeó. Fueron muchas las lágrimas que derramó esa noche del 9 de octubre del 2011.
Enfrentó a la prensa como lo hizo siempre. Abierto y sin callarse nada. Habló con los franceses y los argentinos. Tuve el honor de sacarlo de la zona mixta y acompañarlo al micro de la delegación. Un largo pasillo interno del Eden Park. En un pequeño momento de soledad, solo atiné a decirle: Gracias. Me miró. Sonrió y se fue tranquilo. Su sueño se había hecho realidad. Cerró un capítulo. Se fue uno de los mejores.
El adiós. Mario Ledesma se despidió de Los Pumas y las lágrimas lo acompañaron en el Eden Park.
Por: Frankie Deges
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