Un encuentro entre clubes de rugby quizás sea algo casi rutinario para algunos chicos para quienes este deporte representa una tradición familiar, sin embargo, para los chicos que entrenan en la Bajada San José, el haber salido de su barrio sólo para ir a compartir una jornada de deporte con otros clubes resulta un hecho inédito.
El sábado 29 de octubre pasado hubo un encuentro interclubes de rugby que se llevó a cabo en las instalaciones del Córdoba Athletic, del cual participaron el Jockey Club, el Córdoba Athletic Club, La huerta Rugby Club, el Colegio Cinco Ríos que trabaja con un emprendimiento en Arguello Lourdes, y la Bajada San José, de Centro Manresa. Los últimos tres corresponden, no a clubes oficiales, sino a jóvenes que se dedican a enseñar Rugby a chicos de barrios marginales. Entre los tres sumaron más de cien niños. A todo el evento se calculaba que serían cerca de cuatrocientos. Además contó con la presencia de Genaro Fesia, integrante de la selección argentina de Rugby en el último mundial
Estamos en Bajada San José, que forma parte del inmenso y antiguo barrio cordobés de San Vicente, detrás del cementerio. Aquí, en una vieja iglesia se reúnen, todos los sábados por la mañana, un grupo de aproximadamente treinta niños de entre seis y catorce años para aprender a jugar al rugby, y con el toda la carga valorativa y actitudinal que dicho deporte implica. A cargo de este proyecto que se lleva a cabo desde hace dos años con el apoyo del Centro Manresa, están Carlos Gauna, Lázaro Blanco, Martín Leandro, Santiago Fontana y Santiago Paravano.
Los entrenamientos son en una cancha de fútbol que se encuentra frente a la iglesia, en cuya superficie la gramilla y la arena se alternan, formando un veteado interesante.
Cuando llegamos, aproximadamente a las diez de la mañana, había casi diez niños expectantes a la llegada de aquellos a quienes, a pesar de que ninguno cuenta con el título, llaman “profe”: esta experiencia les resulta toda una aventura. Con el paso del tiempo se fueron sumando más niños, hasta llegar a ser más de treinta, contando las hermanitas de dos de los jugadores, que vinieron junto con las mamás que se ofrecieron para acompañar a los profes.
Ya en el colectivo comienza el recorrido, previas recomendaciones de Carlos “Va a haber un montón de otros chicos, así que no nos separemos, vayamos todos juntos, como grupo. Y recuerden ¿qué somos?” “¡En equipo!” gritan los alumnos. Una vez que todos están ubicados en sus asientos, comienzan a repasar el reglamento, sin embargo, pronto se hace un silencio. Los chicos miran atentamente por la ventana, a medida que el vehículo recorre los diferentes escenarios que la heterogénea ciudad de Córdoba tiene para mostrarnos. “Mira como miran todo por la ventana, están re emocionados, sacales muchas fotos” me dice uno de los profes. Es que, si fuera posible, sería maravilloso poder captar cada una de esas sonrisas nerviosas y expectantes con una cámara.
De repente las construcciones empiezan a cambiar: dejamos atrás el cemento, las casas de barrio y los departamentos. Ahora ante nuestros ojos se encuentran ahora enormes viviendas con espaciosos jardines alrededor, canchas de fútbol cubiertas completamente de césped, que en este momento están siendo regadas con regadores automáticos, y un par de canchas de tenis. Todas ellas forman parte de un barrio privado.
Al pensar el contraste que hace este lugar con su realidad de todos los días, sería interesante poder bucear que pasa por las cabecitas de cada uno de estos niños (y de los padres que nos acompañan), cuando en silencio observan el paisaje que tienen frente a sus ojos.
El silencio, empero, no dura mucho porque en seguida entramos al Córdoba Athletic Club. Desde el colectivo se ve una enorme cancha donde un grupo de jóvenes ya ha comenzado a jugar. Los niños los miran preocupados. “Profe-grita uno de ellos- vamos a re perder, ellos son re grandotes”. Si bien esos jugadores que están viendo son mayores que ellos y por ende no serán sus rivales, los profes deben prepararlos para cualquier resultado. Carlos vuelve a tomar la palabra: “Chicos, acá va a haber chicos de otros clubes y es posible que no siempre ganemos. Lo importante es que jueguen bien y se diviertan.” Con estas palabras descendemos. Abajo nos espera uno de los profesores de la Huerta Rugby Club.
Sobre la anterior advertencia de no separarse ha habido un cambio: los niños tendrán que dividirse por edades y mezclarse entre sí para poder formar al menos un equipo de cada división.
Aquí comienza verdaderamente la jornada.
Entre los profesores y los padres que han acompañado se dividen para poder cubrir a los pequeños. Mientras estos esperan poder entrar a la cancha, observan el juego de los otros. Puede parecer lo obvio para alguien que está acostumbrado a este tipo de encuentros, pero estos niños prácticamente nunca han visto jugar a alguien al rugby, más allá de a sus propios compañeros en los entrenamientos.
Si bien todos están ansiosos por entrar a jugar, adentro de la cancha se muestran algo cohibidos, en parte por estar alejados de sus compañeros de todos los días, no terminan de decidir para qué lado correr, si buscar o no la pelota; más, a medida que avanza el juego, se animan a jugar cada vez más. Para que puedan entrar todos, los profesores hacen cambios permanentemente. Cada vez que levantan un dedo para llamar a alguno, un grupo de niños se amontonan a su alrededor: “Yo quiero entrar profe, póngame a mí” gritan.
De repente se arma un revuelo en uno de los márgenes de la cancha: una figura alta, de hombros anchos y ataviada de azul es perseguida y rodeada por una multitud de niños que se pelean por saludarlo y conseguir un autógrafo suyo. Es Genaro Fesia, jugador de los Pumas, la Selección Argentina de Rugby. Ante el, nuestros chicos permaneces prácticamente indiferentes: nunca han visto un partido de rugby, menos van a conocer a los jugadores. Sin embargo, con el tiempo se enteran de quién es ese hombre e incluso algunos se acercan a pedirle un autógrafo.
Los partidos siguen hasta que llega el momento del tercer tiempo: los chicos de Bajada San José y los de Arguello y Lourdes comparten unas hamburguesas y unos turrones; tras los cuales, se suma la gente de la Huerta Rugby Club. Genaro Fesia se acerca a los niños de los tres emprendimientos para que ellos puedan hablar con él más cercanamente. Tras la foto de todo el grupo, él rugbier se retira, e inmediatamente llegan los colectivos que llevan a los grupos de la Huerta y de Arguello y Lourdes de vuelta a sus barrios.
Queda sólo la Bajada San José. Mientras esperan al colectivo, practican algunos pases entre ellos. Finalmente el micro llega, todos suben rápidamente. La jornada ha terminado.
El en viaje de vuelta los niños comentan entre sí sus logros: cuántos tryes y tacles hicieron, cuantas veces entraron a la cancha, en qué oportunidades robaron la pelota al otro equipo. Las caras de los chicos, y la escena en general muestran algo más que sólo el cansancio: expresan felicidad. Y no son sólo los niños: los profesores y los papás también se vuelven a sus casas con una sonrisa en la cara. Cuando el colectivo arriba finalmente al barrio, Carlos toma por última vez la palabra para felicitar a sus jugadores por su buen comportamiento: era el principal temor de los profesores, pero los chicos les demostraron que se puede confiar en ellos. Después todos bajan y corren rápidamente hasta sus casas. Queda como interrogante qué habrá sido lo que contaron los chicos en sus hogares después de esta experiencia.
Experiencias como esta son las que nos hace creer que el mundo puede ser mejor, al menos por un rato. Experiencias como estas son las que nos plantean paradojas, como la de que esta integración se de justamente a través de un deporte tildado de ser altamente elitista. Después de haber estado aquí esta tarde, podemos asegurar que ese elitismo no es más que un prejuicio social. En ningún momento hubo un trato diferencial hacia alguno de los jugadores: allí eran todos iguales. Eran todos un equipo.
Quizás ninguno de los chicos de Bajada San José, ni de la Huerta Rugby Club, ni de Arguello Lourdes lleguen a jugar en la selección Argentina, o en algún club europeo, pero poder lo que ganan es todavía mas grande. La certeza de que con esfuerzo ellos pueden cambiar su realidad, de que hay gente que se interesa por su bienestar y de que no están solos, porque, al igual que en rugby, en la vida “se avanza con el apoyo de todo el equipo”.
Sol Galera
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