Nada cambió en una semana. En Salta y en Vélez se vio a un equipo argentino sin guía, sin un norte claro, sin claridad, desordenado, flojísimo en aspectos básicos esenciales del juego y del ADN rugbístico de la nación.
Sin Scrum, sin tackle, sin organización estructural confiable, sin espíritu combativo… Sin nada, o con muy pero muy poco. De 160 minutos de juego, apenas treinta fueron aceptables (aquellos primeros del primer tiempo en Liniers). Después, una sensación de falta de actitud, de ‘equipito’ más que de un equipo Puma, fue lo que se transmitió desde adentro de la cancha hacia afuera. En ambos partidos, la gente se empezó a retirar del estadio a falta de quince minutos por jugar, decepcionada. Si eso no es una muestra clara y contundente de lo expuesto, difícilmente haya otra al menos, en Argentina.
Doce de quince titulares del partido de Vélez fueron producto del Plan de Alto Rendimiento. Y hay que asumir que eso, más jugadores que están en la Nations Cup en Rumania, más Los Pumitas, más los del Seven, son unos cuántos jugadores que están potencialmente en condiciones de afrontar con responsabilidad una serie de test contra el rival que sea.
Toda evolución requiere tiempo y en la Argentina siempre es escaso por muchas circunstancias. Hay, hubo y habrá siempre responsabilidad de los seleccionadores en la constitución de un equipo y en cómo afronta cada partido, pero también, como dijo un jugador experimentado del plantel el sábado, “así es muy difícil construir, pero no hay otra manera de hacerlo. Jugamos mal, pero así se aprende”. No hay razón para no creerle, sencillamente, porque es una verdad.
Por: Eugenio Astesiano
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