Dice que tuvo suerte. Que todo es una gran casualidad. Y que él es “la muestra cabal de que cualquiera puede producir”. En algún momento -en los 15 años que pasaron desde que se retiró del rugby hasta el día de hoy-, Agustín Pichot se convirtió en uno de los mayores productores de contenidos de televisión de la argentina. Lo hizo en silencio, sin gritarlo en los medios: “Es la primera vez que lo cuento en una entrevista”, dirá más adelante.
Su empresa, PEGSA, tiene 600 empleados y produce más de 20 mil horas de contenidos al año. Hace programas de televisión, documentales, docuseries y también ficción, casi todo en sociedad con Disney y ESPN (”desde antes que se fusionen”, aclara). Su sello se puede ver en productos tan disímiles como Sean eternos: Campeones de América, la primera serie que se metió en la intimidad de la Selección Argentina de fútbol, y El Encargado, el mega éxito de Disney+.
El ex capitán de Los Pumas (”le petit Napoléon”, le decían en París) armó su oficina en la vieja estación Anchorena del Tren de la Costa, en Martínez. Hace días, gran parte de la empresa, sobre todo la parte técnica, se mudó a un edificio de cuatro pisos en Vicente López. Pero él se resiste, dice que prefiere quedarse cerca de su casa. Ahora, café mediante, cuenta su curioso recorrido desde las canchas hasta las islas de edición.
Su rastro como deportista comienza a desvanecerse luego del mundial de 2007, cuando lideró a Los Pumas hasta el histórico tercer puesto (logro que hasta el día de hoy no fue superado). “Después del mundial de 2007 empecé una nueva etapa en mi vida. Todavía jugaba al rugby en París, pero vivía sin auto, me hice medio el hippie… Llevaba a las chicas caminando al colegio, creí que había descubierto algo… El famoso ‘soltá’. Después, desde 2009, me tomé dos años sabáticos”, comienza.
-¿Atravesaste la crisis del retiro?
-No, pero me preguntaba cosas que no me había preguntado en los 35 años anteriores, donde lo único que me interesaba era correr detrás de una pelota en pantalones cortos y tratar de entender cómo picaba. Recién ahí empecé a pensar qué quería hacer, pero con total sinceridad conmigo. Estaba la opción de no hacer nada, porque económicamente podía hacer la plancha un rato… Es difícil pensar qué hago de ahora en más, por eso la mayoría de los deportistas sigue entrenando. “Sigo con esta, no me gasto la que tengo, y me desarrollo como un gran entrenador”, pensás.
-Pero vos elegiste ser empresario.
-Que es mucho más riesgoso porque no era mi mundo. Estuve 35 años corriendo, todos me atendían el teléfono, me llamaban CEO’s importantísimos: “Ficha, vamos a comer”… Pero el día que dejás de jugar, listo, se acabó. Mi experiencia, después de esos dos años sabáticos que me tomé, es que cuando colgás los botines cambia rotundamente tu relación con el mundo empresarial. Rotundamente. Y está bien, es parte del sistema. Cuando te querés insertar en el mundo de los negocios, te miran de otra manera, te miden, “a ver qué traés”…
-¿Y qué fue lo que llevaste a la televisión? ¿Cómo llegaste a producir miles de horas por año?
-Todo es una gran casualidad. No te voy a mentir: nunca me lo imaginé. Cuando terminé de jugar, yo era una hoja en blanco. Estaba en un desorden cerebral lógico: todo lo que había soñado, toda mi realización profesional, estaba relacionada con el rugby. Y mi carrera deportiva superó mis expectativas: yo quería jugar en la primera del CASI y terminé siendo, si querés, uno de los mejores jugadores del mundo.
-El capitán de Los Pumas en la gesta de 2007, cuando el seleccionado alcanzó el histórico tercer puesto en la Copa del Mundo.
-Ponele. Digamos que en el rugby me conocen… Después había un tema comercial que yo había manejado a la par de mi carrera que me resultaba súper fácil. Tuve una línea de ropa con Nike cuando no la tenía casi nadie, ese negocio lo llevé personalmente y aprendí cómo hablar con el presidente de la empresa. Así fue como decidí explorar esa parte comercial. “No quiero ser el que se saca fotos para Nike, quiero ver dónde está el negocio”. Siempre creí que era más interesante hacer el negocio que ser la cara del negocio. Sos atleta de una marca, te sacás fotos, te hacés el lindo aunque no lo seas… pero a los dos días viene otro más lindo. Entonces hacés la cuenta y resulta que es como el rugby: a los 35 te tenés que retirar de eso también.
-¿Cuándo conectan esta vocación por hacer negocios con la televisión?
-Tuve amigos, como (Guillermo) Tabanera en ESPN y (Diego) Lerner en Disney, que me abrieron las puertas. ¿Qué llevé a la televisión? Yo creía que había una oportunidad muy grande de hacer las cosas diferentes, sobre todo en el deporte. Mirá, tanto en el rugby carrera deportiva como en mi carrera televisiva, atravesé dos cambios muy importantes. La primera fue la profesionalización del rugby, en 1995. Y después llegué a la industria audiovisual cuando la cámara que costaba 150 mil dólares pasó a costar 3 mil… Eso fue determinante: si en ese momento yo tuviese que haber invertido en 10 cámaras de 150 mil, no hubiese tomado el riesgo de hacer televisión. Había muchos pibes más preparados que yo para hacerlo.
-Concretamente, ¿cuál era tu propuesta?
-Yo quise hacer cosas más simples: mucho más cortas, bien producidas, con cámaras 3D que eran más baratas que las de 150 mil dólares y no necesitaban un equipo de cuatro pibes detrás… Ahí empecé a probar desde el lado corporativo, en ESPN, siempre pensando cómo hacer un buen producto. Y no fútbol, ¿para qué? No era mi mundo, era un monstruo.
-Imagino que empezaste por el rugby, tu lugar natural.
-No, me propuse hacer cosas de running, dance, aventura… Esa es la suerte que yo tuve: vi un lugar que no había ocupado nadie. Antes armé una radio de deportes y música en primera persona. Para entender el negocio de la radio fui dos años enteros a un estudio con Bebe Contepomi. Porque yo necesito entender las cosas. Es como en el rugby: “hasta que no sale el pase no salimos”… Esto fue en 2010, al mismo tiempo que armamos el programa Pura Química, que iba a conducir el Bebe Contepomi y terminó al mando de Germán Paoloski. Ese año también metimos ESPN Run que fue un golazo porque el running explotó. Después llegó el dance, el yoga… Son cosas que vos hoy decís “obvio que van a funcionar”, ¡pero andá a presentárselo a ESPN hace 12 años! Me ayudó mucha gente que fue muy generosa conmigo. Yo no tenía ni idea, decía “armemos” y siempre aparecía alguien dispuesto a enseñarme.
-¿Cómo resultó, en lo personal, esa primera experiencia detrás de cámara?
-Yo soy la muestra cabal de que cualquiera puede producir. Solo te tenés que animar, y yo me animé. Por curiosidad, por necesidad y porque tuve muy buenos amigos que me dieron la oportunidad. Rápidamente entendí que yo no quería ni necesitaba estar en una corporación. Me podría haber quedado adentro de ESPN, podría haber sido un buen empleado, pero decidí darle forma a esta empresa.
-¿Cuándo fundás PEGSA?
-Mucho antes: PEGSA era la empresa a través de la que canalizaba mi relación con las marcas: Nike, Personal, Quilmes, Heineken… No tenía que ver con medios.
-Pero le pusiste un nombre ambicioso: Pichot Entertainment Group Sociedad Anónima.
-Sí. Y desde 2010, cuando asocié la empresa a mi proyecto televisivo, cumplió con todo lo que te estoy diciendo. No anduvo mal la visión, ¿no?
-¿Cómo definirías a PEGSA?
-Me propuse armar un lugar para editar súper premium, que no sea caro, que tenga la sensibilidad de un deportista. Así nació esto que está cerca de mi casa, en mi barrio. Yo vivía en las islas de edición porque quería que todo nuestro contenido tuviese emoción y una textura de producción bastante clara. Esto era una boutique.
-Al mismo tiempo, te convertiste en dirigente de rugby.
-En la UAR me mataba a palos porque estaba seguro de la dirección que debíamos tomar y acá en PEGSA tenía mi cable a tierra. En los dos mundos tuve mucha suerte. En el rugby también tuve grandes referentes de los que aprendí para después hacer mi camino como líder y poner mi impronta.
-No puede ser solo suerte. De haber sido un gran canalla, nadie te hubiese ayudado.
-Es cierto, pero nadie tenía porqué ayudarme. Tuve resultados buenos muy rápido. Pura Química funcionó de inmediato. Y no lo digo por los Martín Fierro, esa parte me da igual, me pasa lo mismo que con los premios Olimpia que gané: están en Blancanieves. Y no lo digo para desmerecerlos.
-¿Están en la panchería de San Isidro?
-Sí, claro, en Blancanieves. Es parte de mi vida.
-Te convertiste en el productor de casi todo el contenido de ESPN. ¿Cómo llegás a la ficción?
-Después del mundial de rugby de 2011 le propuse a Disney hacer una ficción con un maorí y una chica de Sudáfrica como protagonistas: se enamoran, él termina siendo campeón con los All Blacks y festejan juntos en el mundial de Inglaterra 2015. Al final no la hicimos porque el rugby es muy chico para Disney, difícil que lo entienda alguien de Los Ángeles. Entonces Lerner me dice “¿No te animás a escribir algo más popular?”. Ahí nace Once, que es una historia alrededor del fútbol, que anduvo fenómeno y ahora viene la cuarta temporada. La primera la hice con Adrián (por Suar): Polka-Pegsa. Todo gracias a su generosidad. Le pedí una reunión, teníamos amigos en común, tuve muy linda charlas con él. La ficción es su mundo, es un apasionado, un actor… Yo le dije: “Adrián, yo soy productor, quiero hacer esto”. Y fue todo aprendizaje, porque la ficción es otra movida, son 200 personas trabajando todos los días, una inversión gigante… Después PEGSA creció un montón y fui delegando en nuestro CEO, Juan Makintach.
-¿Te resultó difícil correrte del centro?
-Llegó un momento en el que pensé “Estoy frenando el crecimiento de PEGSA”. Ya no encontraba algo que me divirtiera producir. La empresa, que durante 6 años mantuvo mi cabeza despierta pensando qué producir, de repente se convirtió en un negocio gigante. Llegó a Colombia, Perú, Chile… La parte operativa comenzó a absorber mi parte creativa. Y como puedo elegir, tengo un gran CEO que sigue adelante con el día a día y yo me dediqué a algunas cosas que puedo coordinar y crear. Y ahí empecé a gestar otra vez… Yo tenía una relación de muchos años con Jorge Messi, pero a Lionel nunca lo había conocido. Le tenía mucho respeto, distinta edad… Yo estaba convencido, obsesionado, con que faltaba algo. En un momento, no me acuerdo cuándo, le digo a Jorge: “Tenemos que ir a fondo, que la gente lo conozca a Lionel. Hay que producirlo distinto, hay que mostrar cómo es como líder, el líder que sea… No importa si es como Maradona o como Kempes. ¡Es Lionel!”. De ese llamado surge Sean Eternos.
-Conocer la intimidad de un vestuario te daba ventaja y credibilidad.
-Eso es lo que me permite establecer una relación de confianza con Leo. Yo entiendo lo que es un vestuario. Obviamente no soy Messi, ni multiplicado por un millón, pero el ADN es el mismo. Los deportistas en el vestuario somos todos lo mismo. Esa parte donde Leo habla en el vestuario, donde quiere ganar, donde se siente frustrado, los deportistas lo entendemos mejor que el resto. Salió una serie que tiene humanidad, con una música que yo elegí… y me peleé con todos acá adentro por Wos. La gente flasheó: si le preguntás a Netflix, los números de Sean Eternos son una cosa de locos. La gente quería amarlo a Messi más de lo que ya lo amaba.
-¿Fue difícil convencer a los Messi?
-Muy difícil. Y lo entiendo. Yo le decía: “A tu tiempo, Leo”. No me interesaba como negocio, era un tema de bronce. Yo dije: “Lo hago yo, no me importa nada”. Cuando tuve la primera edición, viajé a París y lo vimos juntos. Le dije: “Leo, acá está, tomá, si no la querés hacer no pasa nada. Dáselo a tus hijos, míralo en el living con la familia, éste es mi regalo para vos. Con que te guste, para mí es suficiente”. Obviamente, salió y fue excelente.
-¿Ya lo tenías vendido a Netflix?
-No. Recién cuando lo terminamos, Jorge lo ofreció a Netflix. Fui con él. No fue el mejor negocio del mundo en términos económicos, porque fue a último momento, pero para mí fue “el” gran éxito. Mientras yo arrancaba con mi participación en la revolución energética, PEGSA me seguía dando un lugar de creatividad.
-Entonces seguís conectado al rugby, viajás por el mundo promoviendo “la energía verde” a base de hidrógeno y sos uno de los mayores productores de televisión en la Argentina.
-Dicho así, parece un multikiosco, pero yo necesito que mi cabeza funcione de esa forma. La parte del rugby es una pasión, la parte de la energía es mi altruismo y la parte creativa es PEGSA. Hoy soy un board de consulta. Y puedo hacer lo que quiero porque tengo gente mucho mejor que yo en la empresa. Es como en el rugby, donde tuve a Juan Hernández y a Felipe Contepomi… Si no estaban ellos, no ganábamos. Lo mismo me pasa acá. Los que juegan son ellos. Después de Sean Eternos vino lo de Di María (por “Ángel Di María: romper la red”). Fideo tiene una historia poderosa detrás, lo mataron a palos en los medios, si no hubiese ganado lo que ganó…
-Es increíble que a un deportista de su calibre, reconocido en el mundo, con mil títulos y salvado económicamente, le entren las balas.
-Pero les recontra entran. ¿Y Lionel? Le dije: “Pero Lionel, sos el mejor jugador del mundo”. Y me respondió: “¿Y a vos no te molestaba?”. Desde afuera se ve diferente. Las balas te entran. Cualquier boludo de cualquier lado te escribe, con buena o mala leche, y las balas te entran. Hoy eso está multiplicado por mil en las redes sociales. Es una locura. Antes había un periodista que decía que Pichot era malo, quizá le caía mal porque usaba pelo largo… ¡No había dos millones de pibes que te pegaban en las redes, como les pasa a los deportistas ahora! Hoy un jugador de Boca sale a comer y se come dos millones de quilombos. Di María, Duki… Estamos haciendo una biopic de Duki. Al mismo tiempo, tuvimos la suerte de producir El Encargado.
-Otra vez la suerte, no puede ser.
-Lo podía haber producido cualquier otro. Tuvimos suerte. Aparecieron Mariano Cohn y Gastón Duprat… Ahí es donde tengo una ventaja con la industria: sé que hay pibes que son excelentes haciendo su trabajo, que solo hay que dejarlos hacer. En deportes sé que puedo opinar, pero no en El Encargado.
-¿Cuántos empleados tiene PEGSA?
-Hoy somos 600. Un poco más… Nos vimos todos hace unos días, en la fiesta de fin de año de la empresa, que organiza El Colo Fuselli (su amigo de la infancia, compañero en la 74 del CASI).
-Tuviste, en tus programas, a muchos animadores del streaming.
-Hice el programa Redes, que hablaba de las redes sociales, cuando no había streaming todavía. Por ahí pasaron Migue Granados, Grego Rosello, Flor Vigna, Nati Jota…
-En el video institucional de PEGSA todavía aparece Migue Granados.
-Lo adoro, nos adoramos mutuamente. Con Migue hicimos Playground, un excelente programa, hasta que dijo “Agustín, no puedo más, voy a hacer Olga, soy socio”. Le dije “Sí, Migue, andá tranquilo, llenate de guita. Sos un genio, estás por encima de la media”. Yo lo admiro. Tiene una locura coherente súper interesante.
-¿Nunca te propusiste invertir en un canal de streaming?
-No. Nos juntamos con Migue antes de que hiciera Olga. También con Nico Occhiato. Pero en el streaming el que se sienta frente al micrófono es una productora en sí mismo. No es algo scripteado… ¿Para qué quieren a PEGSA? El streaming es un súper negocio para ellos. Pero es algo muy local y yo lo que produzco se tiene que optimizar en Latinoamérica. Son pibes genios que le encuentran la vuelta. Es como era Mario Pergolini en su momento o Dolina a la noche.
-¿Las ficciones van ocupando cada vez más lugar en la empresa?
-PEGSA no depende de las ficciones: es una unidad de negocios separada, que abre y cierra de acuerdo a la necesidad. En 2025 vamos a lanzar la ficción Espartanos, que la escribimos nosotros, basada en la obra de Coco Oderigo, a quien quiero un montón. La historia transcurre en su programa de reinserción de los presos y las presas a través del rugby. También vamos lanzar Las reglas del boxeador, basada en el libro de Jazmín Riera, y estamos haciendo algo del Kun Agüero. Pero si vos me preguntás: “Che, Agustín, además de toda esta sanata, ¿adónde hacés la diferencia?”. La verdad, todo está en la parte tecnológica, siempre trato de estar viendo cómo se puede producir mejor y más barato. En las oficinas nuevas podemos hacer lo que sea…
-¿Adónde quedan las nuevas oficinas?
-Ahora preguntamos. Yo no fui todavía, no conozco. Pero confío, eh. Son cuatro pisos súper equipados, es un microhab donde podemos hacer lo que se nos ocurra. Tiene un solo inconveniente: está del otro lado de Paraná, es otro barrio, no es mi barrio. Yo de acá, de San Isidro, no me muevo.
Por Jorge Martínez Carricart
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