Con cuatro penales de Van der Ghote, venció a Newman por 12-9 y el sábado próximo, a las 17, definirá el título contra el bicampeón, el SIC.
Era un secreto a voces. Nadie se animaba a mencionarlo, siquiera, pero se les notaba, indisimulable, en la mirada. Ese fantasma, aquella dolorosa caída de la temporada anterior ante el Club Atlético de San Isidro, en esta misma etapa, en esta misma cancha, se empeñó en carcomerles los pensamientos, en acechar la confianza cada vez que cometían el más mínimo error. Por eso, haber doblegado a Newman en una intrincada semifinal (12-9; parcial de 9-3) supone un doble mérito para Alumni, o triple, incluso.
Porque, no sin sudar la gota gorda, los hombres de Tortuguitas superaron con éxito una prueba al temperamento, sobre todo. Demostraron que asimilaron con sabiduría el traspié sufrido un año atrás, cuando su mente, ilusa, se anticipó a los acontecimientos. Esta vez, en cambio, mantuvieron la calma.
Y eso que ayer no pudieron marcar ni siquiera un try, por primera ocasión en la temporada, pues habían registrado cuatro o más por encuentro durante las últimas 17 fechas. Y eso que los de Benavídez, dignos perdedores, dueños de un espíritu batallador elogiable, no siempre acompañado por lucidez y precisión (perdieron siete de sus 21 lines, por ejemplo), tomaron firmemente las riendas en varios tramos y los atoraron con los forwards, encabezados por el hooker Manuel Merello y el N° 8 Matías Bosch, para luego salir velozmente con el wing Agustín Gosio y el centro Santiago Piccaluga.
Sin embargo, Alumni, de mayor peso específico y con la ventaja de saber que aun la igualdad, por haber terminado en la cima de la Zona Campeonato (su rival figuró 4°), también lo favorecía, mantuvo fresca la razón en la adversidad. Para ello resultaron fundamentales la elegante serenidad del fullback Santiago van der Ghote, autor de los cuatro penales de su equipo (cometió dos yerros sobre seis intentos a los palos; regresó a la división superior tras seis jornadas de inactividad, a causa de una lesión), así como también la entereza del segunda línea Nahuel Neyra, del octavo Miguel de Achával y del pilar izquierdo uruguayo Diego Lamelas y la agresividad del wing Martín Bottini, siempre peligroso sobre la izquierda con la pelota en su poder.
Claro que esas virtudes no alcanzaron para disimular sus desajustes ofensivos y defensivos, mucho menos su fragilidad estructural. Pocas fueron las coordinaciones atractivas, efímeros los movimientos continuos con la participación de todos sus elementos. No sólo del vencedor, sino de ambos. Ninguno pudo obviar la presión generada por la importancia del compromiso, ninguno pudo desplegar sus intenciones con absoluta libertad. Ellos, todos, dicen que esto lamentablemente sucede porque con este sistema de torneos un año de trabajo puede irse a la basura en una acción arriesgada en pos del espectáculo.
Lo cierto es que a estas alturas a Alumni poco le importa darle prioridad a la exquisitez. Más le interesa haber conseguido la tercera victoria seguida en el año contra el Bordó (las dos anteriores fueron por 25-17 y 37-31; no pierde contra este rival desde 1998, cuando cayó 18-19); estirar a 18 los éxitos consecutivos y soñar con alcanzar, al menos, su récord histórico (19 triunfos, si el próximo sábado, a las 17, en este mismo escenario, vence al bicampeón San Isidro Club), y, además, clasificarse finalista por primera vez.
El campeón de las temporadas 1989, 1990, 1991, 1992 y 2000 atravesó airoso un camino sinuoso. Las frustraciones pasadas no entorpecieron su objetivo primordial: defender su supremacía actual frente a un contrincante que jamás claudicó, quedar a un paso de escribir su nombre en la lista de los consagrados y disipar el fantasma que tanto lo atosigó.
Por Martín Villasante
De la Redacción de LA NACION