La actuación del seleccionado argentino de rugby en el Mundial de Nueva Zelanda despertó elogios en todo el mundo. Si bien cayeron en cuartos de final ante los locales y favoritos All Blacks, los Pumas dejaron nuevamente una gran imagen.
En el blog “Patadas a seguir” que publica el diario As de España, Fermín de la Calle escribió un artículo titulado “Los apóstoles de la dignidad”, donde describe emocionado su admiración con el equipo argentino.
Árticulo…
Un tipo orondo y con un corbata me dijo una vez en un despacho: “La dignidad está sobrevalorada. Es poco pragmática y no da de comer”.
Perdí de vista a aquel tipo, pero calculo que andará arrumbado en algún despacho sin decisión ni mando. Yo, que nunca fui demasiado práctico, no le hice mucho caso, pues en casa la dignidad siempre cotizó bien para mis padres. Recordé ayer aquello viendo a los Pumas ante Nueva Zelanda.
Creo que nunca he visto perder a los Pumas. Lo digo en serio. Este verano he pasado 45 días viajando por un país tan maravilloso y contradictorio como Argentina. Muchos en una ciudad tan arrebatadora e inhóspita como Buenos Aires, donde el porteño siempre te busca la vuelta. Y los menos en provincias de gentes hospitalarias. 45 días de fútbol en los que fui testigo de una tragedia nacional como el descender de River en Monumental y en los que he visto como la albiceleste era empujada al abismo por los egos de jugadores, periodistas, técnicos, dirigentes….
Ayer, viendo a los Pumas morir de pie, recordaba esa bipolaridad tan
Argentina, lo que convierte en hazaña lo de su selección de rugby. 25
hombres que son uno solo. 25 hombres que se entregan hasta la extenuación con el único premio de saber que han dejado en el campo hasta la última gota de sudor, que no han escatimado ni un gramo de energía por su compañero.
Generaciones de jugadores que miran al balón y no al tanteador.
Y siempre sin excusas. Ni los amigos que se fueron como Nani o Ficha ni los que no pudieron venir como Juani ni los que se fueron antes como Corcho. Un ejército de privilegiados que cuando se ponen la camiseta puma placan en nombre de sus hijos, percuten en el de sus padres y ensayan en el de toda esa gente con la que conviven día tras día en ese país excesivo y al tiempo maravilloso.
Los Pumas son una suerte de apóstoles de la dignidad, virtud que tiene más que ver con la autoestima, el honor y la ética que con los focos de televisión, la ropa de marca y las galaxias estelares. Uno piensa que si el mundo tomase ejemplo de ellos todo sería mejor.
Corren tiempos difíciles para un rugby que coquetea con ese exhibicionismo futbolero que lleva a Ashton a zambullirse para posar ensayos (nota: try) o una marca de ropa deportiva a teñir a la blanca y victoriana Inglaterra de negro. Por eso ese rugby tan sentimental que les fluye de la entrepierna y el corazón, ese rugby que glorifica el carácter amateur debe ser el estandarte al que aferrarnos para salvar el viejo rugby que muchos amamos y admiramos.
Por todo eso siempre invito a los amigos a ver a los Pumas con el mismo argumento: “Son el mejor EQUIPO del mundo. El único que nunca sale derrotado del campo”. Ellos siempre me responden igual: “¿Pero cuántos Mundiales han ganado?”. Y entonces les imagino con 50 años orondos en un despacho diciendo: “La dignidad está sobrevalorada. Es poco pragmática y no da de comer”.
Aguanten Pumas
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