El alerta meteorológico metía miedo: “posible granizo” anticipaban por la tele. Pero los miedos de los adultos no deben trasladarse a los ni-ños. La noche anterior mis tres hijos varones se aseguraron de tener lista la ropa. Había que estar listos.
Se acababan las vacaciones y el momento más esperado había llegado. No, no era el regreso al colegio, ya que nadie quiere volver a empezar las clases y abandonar la libertad que dan las vacaciones. Era el regreso del rugby y esa cita habitual de los sábados.
Matías (10 años), Marcos (7) y Manuel (4) ya son veteranos del rugby. Por tradición familiar, el rugby es una parte de sus vidas. No es que en nuestra casa se respire rugby; la idea es no agobiarlos, pero como en miles de hogares como el nuestro, lo que pasa alrededor de un balón ovalado es parte del fin de se-mana.
Los tres saben bien quiénes son Los Pumas y Matías, por su edad, tiene bien claro el recuerdo de la gesta del 2007. Reconoce los jugadores y en su cuarto hay varias fotos con algunos Pumas. Se acuerda de detalles que uno, que tuvo la suerte de vivir el Mundial de Francia, puso en el cajón de “olvidado.” Insiste en querer ir a Nueva Zelanda conmigo. Otra vez será.
Marcos sabe que su club tiene un Puma que juega en Europa pero que cada tanto viene. Y como su padre habla habitualmente con él, lo debe considerar también su amigo. “Hola Camacho”, le dice por skype cuando hablamos. Manuel sólo quiere correr. Con o sin la pelota.
Los Pumas. El club. La ilusión del rugby que vuelve a empezar. Con eso en sus sencillas mentes, se fueron a dormir el viernes a la noche. Como tantos miles de niños en un país que cada vez más abraza nuestro deporte, mis hijos deben haber soñado con la libertad que genera el correr con la pelota. Lo demostraron al despertarse pidiendo ir al rugby.
Llegar al club fue volver a sentir eso que todos quienes jugamos alguna vez sentimos por primera vez. Los botines, los compañeros viejos y nuevos. El entrenador (nota para los padres nuevos: no se les dice “profe”). El precalentamiento. El primer tackle. El pase. Las destrezas que si se aprenden a temprana edad hacen que el futuro sea más promisorio.
Ni padres ni niños están allí con la esperanza de llegar a Los Pumas. Al menos no como único objetivo. Esa mañana nublada hubo más de 400 niños entre los 4 y los 14 años. El club, en mi caso el Buenos Aires Cricket & Rugby Club, se inundó de gente que, con excelente onda, se acercó a un deporte noble que enseña, que forma y que genera amistades de por vida.
Al equipo de Matías se sumó Benjamín, el hijo de un viejo amigo mío. Con Florencio jugamos en el mismo equipo por primera vez en 1979. Teníamos la misma edad que nuestros hijos. El rugby nos juntó. La vida nos unió. Son muchos los amigos que coseché gracias al rugby. Los lazos más fuertes los tengo con quienes compartí una cancha.
Para mí, que tuve la suerte de disfrutar del rugby en lugares impensados, eso es el rugby. Los amigos, los recuerdos del pasado, las vivencias comunes y ahora el futuro a través de nuestros hijos.
Los clubes son la esencia de nuestro deporte. De allí salen Los Pumas del futuro, aunque no como fábricas de talento sino como formadores de personas que, de tener la capacidad innata para el deporte, son desarrollados. No conozco jugadores de ningún seleccionado de primer nivel que se hayan acercado al rugby para ser profesionales.
Lo primero es aprender el deporte, enamorarse de lo que es y significa, de lo que enseña. Los golpes son sólo soportables o aceptables por el placer mismo de jugar.
Hay padres nuevos que se paran al costado de la cancha y miran. No se meten porque saben que sus hijos están bien cuidados. Hoy el rugby -y en el caso de mi club, las cantidades- demanda una ingeniería para que todos tengan su lugar, su espacio, su dedicación y la gente para conducirlos. Los chicos sólo ven las figuras de los entrenadores -casi todos padres de chicos en esa división- una pelota y amigos. Es mucho el trabajo previo.
Mientras entrenan, en el quincho, cientos de hamburguesas se cocinan a la parrilla. Cada chico tendrá una y un vaso de gaseosa al terminar su práctica. Se sentará con su compañero, hablarán de lo que vivieron. Planificarán la tarde y si no se despedirán hasta el próximo sábado.
Esa rutina se repetirá hasta noviembre. Es lo mismo en todos los clubes del país. Cambiará la cantidad de jugadores, pero no la esencia de darle al niño la calidez que trae casi pegada un balón de rugby. Algunos pasarán mejor la pelota que otros, empujarán o tacklearán mas fuerte. Pero todos tendrán su lugar.
Eso es el rugby en su nivel más básico. Luego vendrá la competencia, los sueños cumplidos y frustrados. Las peleas políticas. El rugby profesional. Ninguna de esas luchas fueron parte del sueño de ninguno de esos chicos que este fin de se-mana, o el anterior, se calzaron los botines con la única ilusión de correr con la pelota. Libremente. Y como una señal de augurio, la lluvia recién cayó después del tercer tiempo.
Por: Frankie Deges
www.alrugby.com
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