Sebastián Perasso, autor de la serie de libros Rugby Didáctico, analiza en su espacio semanal en Rugby Fun la importancia de vencer los prejuicios que rodean al rugby para que este sigua creciendo y ayudando con sus valores cada vez a más gente.
Quienes integramos las filas de este increíble deporte sabemos que el rugby contiene grandes bondades y cualidades sin parangón. En él conviven varias circunstancias o razones que hacen que el mismo sea único.
Su verdadera grandeza radica esencialmente en que todos pueden practicarlo no sólo con habitualidad sino también de manera competitiva. Los altos y los bajos, los delgados y los morrudos pueden no sólo practicarlo sino también tener algún suceso en este deporte.
Bajo esa atmosfera de inclusión y grandeza, cada uno podrá ser valioso y útil en el lugar que corresponda.
Por otra parte, existe otro aspecto particular que lo hace también diferente. Después de una dura batalla, jugadores, entrenadores, referís y algunos espectadores tienen la oportunidad de compartir un “tercer tiempo”. Es decir, una suerte de agasajo que el equipo local brinda a sus ocasionales visitantes cualquiera fuera el torneo, los vaivenes del juego y el resultado del partido. Una rareza en tiempos de bravuconadas y egoísmos tan marcados.
Por último, otra arista que lo hace distinto es su honestidad y franqueza para practicarlo. El rugby es un deporte de contacto y, por ende, sólo puede ser practicado por jugadores que tengan absoluto control y por sobre todas las cosas buena intención. Sería de necios creer y decir que no hay jugadores mal intencionados pero, también es cierto, ellos conforman la excepción y ratifican la regla.
No obstante ese panorama descripto, quien no conoce el juego desde adentro convive con prejuicios que resultan difíciles de desterrar. El primer prejuicio es de aquellos que dicen que “el rugby es un deporte violento”.
No hace falta más que indagar en la realidad de cada fin de semana para corroborar que la inmensa mayoría de los jugadores saben de qué se trata el respeto y el autocontrol. De lo contrario, un deporte con esas características no podría lisa y llanamente jugarse.
Un claro ejemplo es que la Unión de Rugby de Buenos Aires (que nuclea alrededor de 40.000 jugadores) organiza más de 9.000 partidos por año, sin contar los encuentros de rugby infantil.
Dentro de esa catarata incesante de partidos, posiblemente coincidamos que en la enorme mayoría de los casos el rugby se lleva adelante con respeto y corrección. En ese contexto, los hechos de violencia son esporádicos y excepcionales.
Otro preconcepto arraigado en la sociedad es que “el rugby es peligroso”. Es cierto que si deberíamos buscar un talón de Aquiles, las lesiones deberían estar a la cabeza.
Sin embargo, se ha trabajado para reducir las lesiones a su mínimo exponente a través de distintas acciones. El reglamento y sus nuevos lineamientos han tratado de proteger al jugador. Su educación y preparación física también contribuyen a reducir lesiones. No obstante, en el universo del rugby infantil ese prejuicio tiene menor asidero aun.
Estadísticas sobre lesiones realizadas por el San Isidro Club en 2011 dan cuenta de que solo el 0,41% del los jugadores se lastima durante una jornada rugbística.
Asimismo, la gravedad de esas lesiones es muy baja. El mismo estudio marca que el 26% de las lesiones son calificadas como muy leves, el 37% como leves; el 26% son moderadas y tan solo 11% son graves.
Por último, se sostiene con frecuencia que “El rugby es un deporte elitista”, pero a la luz de los hechos ese preconcepto hoy no tiene sustento en la realidad. Está demostrado que en la actualidad el rugby se practica en todos los estamentos sociales.
Hoy el rugby social está diseminado por todo el país. Sólo por citar algunos ejemplos, la tarea social alrededor del rugby de Santiago Paravano en Córdoba, de José Oviedo en Villa Carlos Paz, de Gerardo Blanche en Tucumán, de Leonardo Laurido en Nogoya, Entre Ríos, de Carlos Moyano en Viedma, de Gabriel Villalba y Alejandro Moreno en General Roca, y del “Indio” Lugones en Ingeniero Jaccobazzi de la Provincia de Rio Negro, constituyen el fiel reflejo de una apertura del rugby hacia todos los rincones de nuestra comunidad.
Muy cerca de mi hogar, el proyecto Virreyes y la obra de Botines Solidarios también florecen y merecen un reconocimiento.
Por otra parte, un dato no menor: el rugby ha llegado hasta las cárceles. En los penales el juego goza de un crecimiento sostenido en los últimos años y constituye una muestra acabada de que nuestro deporte llega a toda la sociedad.
Así las cosas, todos nosotros como hombres de rugby tenemos el deber de desterrar esos prejuicios como presupuesto para que más y más niños y jóvenes de todas partes puedan descubrir y disfrutar las bondades de este grandioso deporte.
Sebastián Perasso (autor de Rugby Didáctico)
En la página de Espartanos, la ONG que revolucionó las cárceles utilizando al rugby como herramienta de educación e inserción social para los presos, hay un video corto...
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