Gargantas afinadas, otras no tanto acompañaron cada instante del sábado de rugby. Desde antes de las 14 las tribunas comenzaron a poblarse y a vestirse con los colores de los diferentes equipos.
El ingreso bullicioso de los hinchas de Córdoba Athletic alteró la siesta por la zona del Estadio Córdoba. Llegaron en masa, con bombos y trompetas para hacerse oir. Y para convencer a Córdoba y a ellos mismos de que aquel campeonato del 96 puede repetirse en el 2004. Se ubicaron en la tribuna y nunca dejaron de alentar. Festejaron en cada arremetida del equipo y sufrieron más de la cuenta cuando el rival amenazaba con acercarse en el marcador, sobre todo con la salida de Genaro Fessia.
Cada seguidor del Athletic deseó ocupar el lugar del árbitro, nunca dejaron de darle indicaciones, algunas veces de buena manera; otras (la mayoría), un tanto más agresivas. Las instancias decisivas se viven así, con pasión, y estas semifinales no escaparon a la regla general.
Además, entre recomendaciones, gritos no faltaron los flashes de las cámaras de fotos, como la del padre de Matías Re que no le faltó espacio de la cancha sin recorrer para hacerse de las mejores tomas.
Otros, intentaban calmar sus nervios a base de muchos cigarrillos y una cantidad no menor de chupetines. Desde el banco, la situación se vivía igual: a pura adrenalina.
Los fanáticos de Palermo Bajo no se entregaron al silencio. Por el contrario, de pie y sin miedo a perder la voz no dejaron de gritar ni vitorear a su equipo, aun cuando el tanteador le era adverso. Entregaron las escenas de mayor colorido del sábado, a pesar (o quizá sin importarles) la derrota.
Personajes no faltaron. Sobre todo Manolo Calviño que lució un traje de gala y que estrenó para la ocasión. Muy artesanal, pero no por eso, menos vistoso. El saco que usó su padre cuando se casó fue decorado con cintas de los colores de rigor: amarillo y bordó. Remera amarilla del Bajo al igual que el pantalón y las medias, la corbata que usó el equipo en su gira por Europa, y un sombrero con una copa altísima que no descuidaba las tonalidades. ¿La diseñadora? Silvina, su esposa.
Tanto Manolo, como el resto de los fanáticos del club de los Boulevares tenían en claro una premisa: Festejar el rugby que practica su equipo. No desaprovecharon oportunidad para refutar a lo declarado por Rotondo, el entrenador de su rival, quien aseguró tiempo atrás que Palermo Bajo es sinónimo del antirugby. Aseguran que el rugby es uno solo, y puede jugarse de diferentes maneras. Gusten o no. De todos modos, esperan una rectificación pública.
Del alambrado pendían muñecos y el simbólico escarabajo. Los gritos de aliento no cesaron ni siquiera cuando la caída era inminente. Repitieron nosotros festejamos nuestro rugby aunque perdamos. Y se fueron recordando el campeonato de hace dos años, convencidos de que el año próximo se puede repetir.
Por Ivana Reinoso // www.cordobaxv.com.ar