Hay un punto en el que el rugby argentino, finalmente, se terminó pareciendo al fútbol: los mejores jugadores no llegan siquiera a debutar en la Primera de sus clubes.
No es que se van a Europa, sino que al ser contratados por la misma UAR quedan excluidos de los clubes, ya que los reglamentos no permiten jugadores profesionales. Si bien en varias provincias en algunos casos se pasó por alto lo que dicen las leyes, en Buenos Aires se cumplió como se debe. Por poner sólo un puñado de ejemplos, figuras de hoy como Pablo Matera, Tomás Lavanini y Guido Petti -por citar unos, nomás- apenas alcanzaron minutos en las Primeras de Alumni, Hindú y SIC, respectivamente.
Este escenario, que se agudizará con el paso del tiempo, es un aspecto que no alcanza para comparar la realidad del fútbol con la del rugby. Para utilizar el lenguaje popular, no llega en absoluto a la “futbolización” tan temida por los propios cultores del rugby. Pero no deja de ser una señal de la realidad, como lo es también la instrumentación cada vez más temprana de la detección de talentos para sumarlos a los planes de alto rendimiento que derivan en el profesionalismo. Ese sistema ya bajó hasta los 15 años, una edad en la que un chico recién se está desarrollando en el comienzo de su adolescencia.
Casi sin darse cuenta, el rugby argentino ha ido mutando en lo que hace a la alta competencia. Hasta mediados de los 90, las grandes figuras, la de los Pumas, jugaban en sus clubes. Luego, después de descollar en sus clubes y en el seleccionado, se marchaban a Europa y sólo se los podía ver con la celeste y blanca. Hoy, ni debutan en la Primera de sus clubes. Y todo parece indicar que ese seguirá siendo el camino.
Cómo repercutirá esto en el futuro es una gran incógnita que, como muchas, hoy no tienen una respuesta certera. Lo cierto es que no pasa desapercibida donde nace todo y adonde menos acude la gran escena: los clubes. Días atrás, un entrenador de infantiles de uno de los clubes más tradicionales contaba una realidad que se escucha seguido: “Uno viene a entrenar porque le gusta, porque quiere a su club y de alguna manera devuelve todo lo que recibió. Sin nada a cambio. Es más, poniendo. Y resulta que cuando ves que a un chico que entrenaste para que llegue a la Primera de tu club se lo lleva otro por nada, te da un poco de desazón y te preguntas si todo esto sirve. Como también cuando ves que en esta locura por competir, algunas infantiles se entrenan dos veces por semana. Por suerte, por ahora, somos muchos los que seguimos entrenando”.
Los entrenadores de infantiles, esos seres anónimos, son la base de la pirámide. Son los que enseñan mucho más que pasar la pelota y correr. Es ahí dónde hay que ir a ver qué es lo que está ocurriendo y no sólo prestar atención a la multiplicidad de competencias y a las luces, genuinas, que genera el alto nivel del juego. Y profundizar, además, lo que se entiende por éxito. Es parte del nuevo camino que se empieza a recorrer.
Por: Jorge Búsico
Diario La Nación/ canchallena.com
En la página de Espartanos, la ONG que revolucionó las cárceles utilizando al rugby como herramienta de educación e inserción social para los presos, hay un video corto...
Leer Más