Un fondo de inversiones estadounidense desea adquirir un porcentaje de los derechos comerciales de la Federación de Rugby, que registró pérdidas millonarias por la pandemia. Pero los jugadores se oponen.
Una disputa en la que se ponen en juego el dinero y la tradición se ha planteado con especial fuerza en los últimos días entre la Federación de Rugby de Nueva Zelanda (NZR) y los principales referentes de los All Blacks a partir de una oferta presentada por un fondo de inversiones estadounidense que desea adquirir un porcentaje de los derechos comerciales del ente rector del deporte en ese país.
El conflicto se planteó luego de que el fondo Silver Lake ofreció alrededor de 324 millones de dólares para quedarse con el 15 por ciento de los derechos comerciales de la NZR, que incluiría los relativos al haka, la tradicional danza de guerra maorí que antecede a cada presentación de los campeones mundiales en 1987, 2011 y 2015.
La Federación consideró satisfactoria la propuesta y argumentó que el acuerdo resultaba sumamente necesario para paliar las dificultades que las restricciones derivadas de la pandemia de coronavirus habían generado en la economía de la organización, que detalló que había registrado pérdidas de entre 41 y 53 millones de dólares en el último año y había perdido casi la mitad de sus reservas (bajaron de 94 a 49 millones de dólares).
Sin embargo, la NZR necesita, para poder firmar este acuerdo, el aval de las uniones provinciales, de las franquicias que participan del Super Rugby y de la Asociación de Jugadores de Rugby de Nueva Zelanda (NZRPA). Esa última es la que presenta una oposición más firme.
“No concederemos la aprobación para la reestructuración y la venta propuestas por la NZR. No estamos dispuestos a vender 129 años de historia”, aseguró la NZPRA en una carta dirigida a directores y clubes de la NZR, firmada por su presidente, Rob Nichol, y que también incluía la rúbrica del capitán de los All Blacks, Sam Cane.
Además de Cane, también estamparon su firma sus compañeros Aaron Smith, Sam Whitelock y Dane Coles; al igual que la capitana del seleccionado femenino de seven, Sarah Hirini, y otra referente de ese combinado, Selica Winiata.
“Sabemos que muchos jugadores se sienten incómodos y creemos que muchos otros neozelandeses se sentirían así con la venta de activos generadores de ingresos que se basan, en parte, en prácticas culturales y conocimientos que consideran que no están a la venta bajo ninguna circunstancia”, argumentó la NZPRA.
La gremial de jugadores sostuvo que los ingresos que reportaría el acuerdo con Silver Lake podrían gestionarse por otras vías, como el acceso al mercado de capitales, la creación de una empresa comercial en la órbita de la NZR o la formación y el desarrollo de talentos.
“Existe un riesgo inherente de apropiación cultural indebida, dado que Silver Lake es una firma de capital privado angloamericana”, afirmó la NZPRA, que además consideró que el acuerdo podría afectar “este vínculo especial y la naturaleza de lo que significa el rugby para los neozelandeses, jugadores y espectadores por igual”.
En la otra vereda, el director ejecutivo de NZR, Mark Robinson, argumentó que la organización que preside debía bregar por los intereses generales del rugby neozelandés y no solo de los integrantes de los seleccionados nacionales.
“Tenemos 160.000 jugadores en este país y somos un país de cinco millones de personas que se preocupan profundamente por el juego. Entendemos que tenemos el deber de cuidar a todos los que están asociados con el juego en este momento y nos estamos tomando esa responsabilidad muy en serio”, afirmó el dirigente.
Robinson informó también que mantendrá reuniones con los representantes de la gremial de jugadores en los próximos días y se mostró confiado en que en esos encuentros se conseguirá el aval para avanzar en el trato con Silver Lake. El tiempo apremia puesto que el acuerdo tendría que ser refrendado en la asamblea general anual de la NZR a fines de este mes.
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