El exjugador neozelandés, fallecido en 2015, fue mucho más que un wing: fue la primera superestrella global del rugby moderno.
Con 1,98 metros de altura, 125 kilos y una increíble capacidad atlética —corría los 100 metros en 10,8 segundos—, Lomu revolucionó el juego durante la década del 90. Su actuación en la Copa del Mundo 1995 lo catapultó a la fama mundial, convirtiéndose en un ícono que inspiró a millones a seguir o practicar este deporte.
Diez años después de su muerte, el legado de Lomu sigue intacto. Fanáticos de todo el mundo compartieron mensajes emotivos en redes sociales recordando su impacto y su calidad humana.
Uno de los homenajes más destacados fue el del exjugador irlandés Brian O’Driscoll, quien en el documental Jonah Lomu: The Lost Tapes afirmó:
“Era diferente a todo lo que habíamos visto antes. No sé si volveremos a ver a alguien que marque tanta diferencia en este deporte.”
Jonah Lomu no solo fue un jugador formidable, fue un fenómeno cultural. Y aunque ya no esté físicamente, su recuerdo sigue presente en cada rincón del rugby.