Durante la última Copa del Mundo, celebrada en Japón, Eddie Jones, el entrenador de Inglaterra, cruzó a un periodista cuando este le preguntó por qué había decidido poner como suplente a George Ford: ” Voy a mandarle una invitación al rugby moderno. Vengan, únanse. El rugby ha cambiado, es un juego de 23 jugadores”. Hay una alta dosis de razón en ese argumento, que los propios ingleses comprobaron en la final, cuando Sudáfrica terminó de definir el partido tras el ingreso, en los últimos 20 minutos, de sus potentes forwards que habían iniciado el partido en el banco. La tarea de los entrenadores hoy no es sólo conformar el mejor XV, sino armar ese segundo equipo de 8 jugadores y acertar en qué momento del encuentro los manda a la cancha.
Bill Beaumont, el inglés que preside World Rugby desde 2016, fue capitán del seleccionado de su país en los tiempos en los que el rugby permitía cambios sólo en caso de lesiones. Segunda línea bravo, en 1981 vino a la Argentina liderando a la Rosa, y en los tests en Ferro Carril Oeste se fajó de lo lindo con Eliseo Branca, Ernesto Ure, Sandro Iachetti y Gabriel Travaglini en partidos que resultaron empate y derrota para los Pumas. Hace unos días, antes del colapso por el coronavirus, Beaumont instaló una polémica al opinar: “Hay rugbiers que juegan sólo 50 minutos. En los viejos tiempos, en los últimos 20 minutos se abría el juego porque empezaba a jugar el cansancio. Eso no ocurre ahora porque hay cambios al por mayor. Tenemos que mirarlo y hacer una prueba adecuada para asegurarnos de que la salud y el bienestar de los jugadores sean primordiales”.
Estos dos últimos puntos, la salud y el bienestar de los jugadores, forman parte de un aspecto al que todavía cuesta encontrarle la vuelta dentro de un deporte que al entrar en la lógica del superprofesionalismo ofrece competencias de extrema necesidad física mezclada con calendarios extenuantes. Hay quienes creen que cambiar dentro de un partido a más de medio equipo evita lesiones, y está el lote que estima lo contrario.
Sam Warburton, capitán de Gales en los mundiales de 2011 y 2015 y de British & Irish Lions en las giras de 2013 y 2018, dejó el rugby a los 28 años, después de sufrir más de 20 lesiones importantes a lo largo de su carrera profesional. Su autobiografía, “Open side” (Lado abierto), ofrece costados dramáticos acerca de los dolores que sufrió: “No puedo dormir. Me duele todo. Mi cuerpo, mi mente, mi corazón. Antes de salir a jugar en estos días, tengo que tomar pastillas para el dolor de cuello mientras el fisioterapeuta me ata como a una momia egipcia”.
El ex ala cuenta también en su libro que la noche anterior al segundo test con los All Blacks en la última gira de los Lions llamó a su madre para decirle que dejaba todo y se volvía a su país. Que no soportaba más el dolor. Su madre lo convenció de que no lo hiciera. Al día siguiente, los Lions ganaron su test, y una semana más tarde empataron en el Eden Park. Fue su último partido. Warburton era de los que jugaban los 80 minutos. En “Open side” sigue la línea de Beaumont, ya que cuenta que los golpes recibidos a manos de los que entran frescos son determinantes para las lesiones.
El rugby moderno, que incluye el de 23 jugadores, como bien lo destaca Eddie Jones, venía en crisis de intereses y de crecimiento. El parate al que obligó la pandemia debería ser utilizado también para revisar hacia dónde se quiere ir.
Por: Jorge Búsico
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