En otro tiempo, en los movidos años ochenta, el debate sobre el destino del rugby argentino (hacia dónde y cómo vamos) era posible, necesario y saludable. Hoy plantear la disyuntiva entre amateurismo o profesionalismo suena a objeto viejo, en desuso, demode y hasta arcaico.
En el mundo “ovalado” el juego mismo se encargó de acomodar la estantería. Una vez que se dio vía libre al profesionalismo (primavera de 1995), ya no hubo vuelta atrás. Y cambió el panorama, sin dudas; aparecieron nuevas ideas y nuevos incentivos; no sólo económicos como podría resumirse.
Acá, en estos pagos sureños, la palabrita “profesional” siempre causó escozor, molestia y temor con el solo hecho de invocarla. Pero la realidad les pasó por encima a los indecisos y reticentes. El rugby tomó un sesgo que aquí se admitió a regañadientes, con fórceps. Los mejores jugadores emigraron a Europa y ya no fueron mirados con tanto desdén, los Pumas nos sacudieron con sus impactos internacionales hasta el paroxismo de Francia 2007. Y después de eso, ¿qué?
Y después de eso, pequeños, medianos y grandes pasos obligados por las circunstancias: el responder a semejante suceso de ser terceros en el mundo, el apoyo monetario de la IRB, la mayor difusión, la inserción en un torneo internacional de jerarquía, la formación de un grupo selecto de jugadores para ampliar la base. Nada extraordinario, nada revolucionario. Todo dentro de la lógica que impone un suceso de tamaña magnitud como el logrado por los Pumas en el último Mundial.
Y decimos que nada revolucionario porque, en el fondo, el status quo interno no se modificó demasiado. Los clubes, en la Argentina siguen siendo amateurs. La competencia internacional, con los Pumas como emblema, es definitivamente otra cosa y requiere de un apoyo y de una estructura obligatoriamente profesional…
No hay razones, ni económicas ni dogmáticas, para pensar en un rugby profesional en el nivel de clubes. Del mismo modo que no hay causas para pretender un equipo nacional competitivo sin el debido respaldo profesional.
Y en eso estamos, sabiendo de antemano ambas verdades, pero desconociendo cómo hacer convivir estas dos realidades. ¿Por qué? Fundamentalmente por la falta de aceptación de ESTE PRESENTE, el que nos toca vivir hoy con todas las particularidades mencionadas.
En este contexto, CUBA le prohibe jugar en la primera de su club a Benjamín Urdapilleta un rugbier al que formó y educó y que ahora, por el hecho de ser integrante de los seleccionados nacionales (y cobrar dinero en consecuencia, como todos sus compañeros), lo aparta con el argumento de su condición de deportista rentado.
CUBA se apoya en la inflexible letra de sus reglas internas. Pero las normas son aplicadas por hombres de carne y hueso. Hombres de ESTE TIEMPO que deben decidir HOY, sobre lo que pasa HOY y no sobre lo que sucedía en la Argentina de antaño.
En verdad, duele lo que le pasa a Urdapilleta, sobre todo por el aspecto humano. El jugador que hoy debería ser el emblema -por su talento y don de gente- de un club tradicional (pero sin títulos en los últimos 40 años) se transforma decididamente en el blanco de una actitud discriminatoria.
Hay un montón de cosas que no se entienden. ¿Por qué Urdapilleta jugó en el debut ante San Andrés y recién se lo marginó con Newman, en la segunda fecha? ¿Se desconocía su condición de profesional? Se recuerda: Benjamín es integrante de los distintos seleccionados nacionales desde 2008 y desde entonces siempre tuvo algún tipo de retribución económica por ser seleccionado. ¿Tiene algo que ver la decisión del jugador de partir hacia el rugby inglés?
Por lo pronto, Urdapilleta fue discriminado pero no está solo: recibió gran apoyo de sus compañeros, quienes amenazaron con no jugar. Y también de otras personalidades del club que estuvieron en total desacuerdo con la determinación tomada por el club.
Y mientras CUBA hoy atraviesa un cimbronazo interno cuyo desenlace se desconoce (renunció la subcomisión de rugby), esta situación deja en evidencia -otra vez- que muchos de los conflictos que vive el rugby nacional están íntimamente emparentados con las diferencias generacionales. Y mientras la clase dirigente no se acomode medianamente a este tiempo, los problemas van a seguir apareciendo. Lamentablemente.
Hasta pronto.
Alejandro Coccia (ESPN)
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