Es Australia una tierra de exploradores y aventureros, desde los aborígenes que pisaron por primera vez el continente hace unos 40.000 años · Los ‘Wallabies’ han sido siempre el fiel reflejo del alma ‘aussie’… y ahora se la juegan con los Lions.
Es Australia una tierra de exploradores y aventureros, desde los aborígenes que pisaron por primera vez el continente, hace unos 40.000 años, cruzando en precarios barcos la porción de océano que les separaba desde el Archipiélago de Malay. Luego llegarían los europeos, holandeses primero y británicos después. Llegarían fiebres del oro, guerras y la conquista de un territorio hostil, árido, lleno de criaturas letales. Con el paso de los siglos, todo provocó un cóctel en la sangre de los ‘aussies’ modernos difícil de igualar. Un amor incondicional por el riesgo, lo desconocido, lo difícil de conseguir, una búsqueda por el verde y oro que visten sus camisetas. Una actitud desenfadada y en cierto modo arrogante, quizás sin pretenderlo. Un orgullo renovado por el ‘ethos’ australiano, por su país. En lugar de la vergüenza por un pasado violento, los australianos muestran siempre un orgullo por haber superado todo aquello. Amor incondicional por Australia. Son una sonrisa ante lo inesperado, una búsqueda… de lo imposible.
Los ‘Wallabies’ han sido siempre el fiel reflejo del alma ‘aussie’. Rodeados de guerreros ancestrales, razas diseñadas genéticamente para el deporte ovalado, no dudaron nunca en explorar esas islas próximas donde el rugby se lleva en el ADN. No mostraron nunca miedo enfrentándose a la isla vecina, de donde llegaban voces de unos misteriosos ‘hombres de negro’. No pestañearon jamás al escuchar aquella ‘haka’ y aprendieron con una dura lección que habían de respetarla. En los años 90 enamoraron a medio mundo con un rugby frenético, a medio camino entre la potencia neozelandesa y la clase del mejor rugby galés de los 70. Su juego era un descaro absoluto, una estampida por los campos de medio mundo conquistando la máxima gloria en 1991, su primera Copa del Mundo, con un joven John Eales que acababa de llegar al equipo y se preguntaba cuánto duraría en aquel plantel de jugadores borrachos de talento.
Pero aquel joven pronto se convirtió en adulto, y un par de años después en capitán. Y a las órdenes del gran capitán Eales, construyó un gran equipo sobre el fracaso del Mundial de 1995. A los australianos no les asusta el fracaso estrepitoso, ni las críticas, es más, les espolea, despierta en su mente la mejor de las respuestas. Y el gran capitán se rodeó de un equipo de ensueño: la mejor pareja de ‘half backs’ de la historia, los inseparables Larkham-Gregan, Horan, Roff, Burke, Foley… nombres que pasarían al ‘salón de la fama’ del rugby australiano. Y así, 1999, fue la confirmación de una forma de ver y vivir el rugby. En la final, ese XV ‘Wallaby’ arrasó sin piedad a una Francia sin burbujas. Por primera vez un país conseguía repetir victoria en un Mundial y a la vuelta, Eales se ganó el apodo de ‘Capitán Nadie’, en respuesta al dicho popular de “Nadie es perfecto”.
Dos años después, llegarían los Lions, hambrientos de victoria tras el éxito de la legendaria gira de 1997, convencidos de que Australia no supondría, de ninguna manera, más escollo que los durísimos sudafricanos. En aquel equipo figuraban los nombres que alcanzarían el cielo dos años más tarde con Inglaterra. Un joven Jonny Wilkinson, un astuto duende irlandés que se daría a conocer en esa gira, el ahora denostado Brian O’Driscoll, a los que se sumaban leyendas consolidadas. Los ‘leones’ arrasaron en el primer ‘test match’, con una marea roja en las gradas en uno de los mejores partidos que se recuerdan. Pero eso sólo fue el puñetazo que necesitaban los ‘Wallabies’ para reaccionar. Y en el segundo ‘test’, un mal pase de Jonny decidiría las series. Triunfó el verde y oro.
Este año, los Lions volvían a tierras australianas esperando encontrarse uno de los peores quinces de los ‘Wallabies’ de las últimas décadas. Plagado de lesiones importantes, sin grandes nombres, con la sombra de la duda, esta gira parecía poco menos que sentenciada antes de empezar. Pero en el primer ‘test match’ Australia volvió a demostrar que su orgullo, su espíritu, jamás le permite rechazar un desafío. Con tres lesionados graves en la primera parte, sobrevivieron a la embestida de North y Cuthbert para jugarse, como no podía ser de otra manera, la vida en el último momento. Y Beale resbaló, el óvalo se quedó corto y las Series se ponían muy cuesta arriba. Los ‘Wallabies’ estaban, con el agua al cuello. Una vez más.
Llegó el segundo ‘test’ y la respuesta fue la esperada. Comandados por un Horwill que quizás no debió saltar nunca al césped, por un pisotón no sancionado una semana antes, y espoleados por un Genia que representa esa descarga eléctrica tan característica del rugby ‘aussie’, los ‘Wallabies’ llegaron a la carrera a ese gran precipicio…
…y con una sonrisa en la boca, una mirada desafiante, saltaron. Y como casi siempre, llegaron al otro extremo. Ashley Cooper posaba a escasos dos minutos del final para empatar unas series que se decidirán en el último partido en Sidney. Las lágrimas de Horwill al final del partido reflejaban una liberación después de meses y meses de críticas, dudas y desconfianza, en especial en la delantera.
Así que la próxima vez que te encuentres al borde de ese precipicio, y vaciles mirando el abismo que se extiende ante tus ojos, recuerda que hay, en el otro lado del mundo, un país donde viven por y para esa clase de momentos. Busca el ‘aussie’ que todos llevamos dentro, el que anula tus grandes miedos, el que te pide desafíos, el que siempre busca un nuevo límite. Busca ese espíritu libre, aventurero y dispuesto a conquistar tierras hostiles. Coge carrerilla, sonríe y salta sin pensarlo. ¿Llegarás al otro extremo? Un australiano te dirá, que eso nunca se sabe. Y que por eso mismo, siempre merece la pena.
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