Dos derrotas de los All Blacks, tres de Australia y otra de Sudáfrica confirman el acercamiento de las selecciones europeas a dos años del Mundial de Francia.
La última vez que Nueva Zelanda perdió dos partidos seguidos en una gira de otoño por Europa, aún no había estallado la II Guerra Mundial. Corrían los últimos días de diciembre de 1935 cuando los All Blacks cayeron por la mínima (13-12) en Cardiff ante Gales, su bestia negra en el Viejo Continente. Una semana después, el 4 de enero del 36, Inglaterra saltaba a Twickenham alineando en la posición de ala al príncipe ruso Alexander Sergeevich Obolensky. El joven aristócrata fue enviado de Rusia a Londres en 1919 escapando de la Revolución Bolchevique que derrocó al zar Nicolás II.
Obo, como lo conocían los compañeros, destacó como velocista en el Trent College, enrolándose posteriormente en el Brasenose College de Oxford. Precisamente allí fue reclutado para poner su velocidad al servicio del equipo de rugby en el Varsity Match, el tradicional duelo entre Cambridge y Oxford. Obolensky, que acreditaba 10,4 segundos en las cien yardas (91,44 metros), ofreció una exhibición y tres semanas más tarde debutaba en Twickenham ante 72.000 espectadores con la rosa bordada en el pecho ante los temibles All Blacks. Lejos de notar la inexperiencia, Obolensky apoyó dos tries, el segundo uno de los más celebrados de la historia del rugby inglés, provocando la segunda derrota de Nueva Zelanda ante selecciones británicas en su gira por las islas. El ruso, que pasó a la historia tras anotar 17 tries en un partido contra Brasil, se alistó en la Royal Air Force en 1939 y falleció al ser derribado en combate el Hawker Hurricane que pilotaba. Obolensky fue el primero de los 111 jugadores internacionales de rugby que perdió la vida en la II Guerra Mundial. Su recuerdo se mantiene vivo con una placa que celebra en Twickenham su ensayo ante los neozelandeses, y un restaurante con su nombre en los aledaños de Twickers, La Catedral del rugby.
Un hecho histórico
Desde entonces los All Blacks no habían vuelto a perder dos veces en sus giras otoñales por el Viejo Continente. Hasta este sábado. La jornada rugbística que se vivió el pasado fin de semana se puede, y debe, calificar de histórica. Y no solo por el tropiezo de los dirigidos por Ian Foster. El sábado se produjo una hecatombe sureña sin precedentes. Nueva Zelanda, Sudáfrica y Australia perdieron ante Francia, Inglaterra y Gales. A lo que se añadió una estrepitosa derrota dominical de Los Pumas ante Irlanda (53-7). Las cuatro potencias del sur, semifinalistas en el Mundial de 2015, eran arrolladas por el entusiasmo europeo. El hemisferio norte rugbístico cuestionaba el dominio del sur en una tarde apocalíptica para los ‘turistas’.
Nueva Zelanda evidenció síntomas de cansancio físico y, especialmente, mental ante una Francia audaz dirigida por un ejército de jóvenes que ambicionan ganar su primer título mundial en casa en 2023 al grito de ‘Liberté, victoire, fraternité’. Los Dupont, Ntamack, Jaminet, Jalibert, Mauvaka o Woki mostraron un sentido ofensivo del juego casi suicida que desarmó a los neozelandeses. Lo advirtió el seleccionador kiwi, Ian Foster, en la rueda de prensa posterior: “No se puede negar que los últimos dos partidos fueron difíciles para nosotros. Nos encontramos con equipos muy buenos al final de nuestra temporada y solo queda felicitarlos”.
Foster se refería a la derrota en París y a la batalla librada en Dublín la semana previa, donde cayeron ante Irlanda (29-20) ante la exhibición de la titánica delantera verde. El triunfo galo (40-25) supone la mayor victoria francesa en la historia de los enfrentamientos de ambos. Los galos enlazaban 14 derrotas seguidas con los kiwis, a los que no ganaban desde 2007, en Cardiff, en los cuartos de final del Mundial.
Hacía 21 años que Francia no doblegaba en suelo galo a los neozelandeses, y para encontrar una derrota de los kiwis en París había que remontarse hasta 1973. Y a eso había que sumar la variable de la derrota ante Irlanda, que solo le ha ganado en su historia tres veces (casualmente tres de las cinco últimas). Desde 1993 no perdían los All Blacks dos partidos consecutivos ante selecciones europeas. Lo que explica la decepción por este final de gira otoñal que siembra muchas dudas en la formación isleña.
Las razones tras el desastre
Su seleccionador daba algunas claves, sin ánimo de justificar las derrotas, de lo que para muchos especialistas es ya un cambio de tendencia: el dominio de las selecciones del norte sobre el sur. “Los equipos del hemisferio sur probablemente hemos jugado demasiado partidos este año. Nosotros hemos ganado 12 de 15, mientras Sudáfrica perdió cinco y Australia siete. Sé que nos juzgan con dureza, pero reflexionando sobre este año marcado por la pandemia, creo que estamos progresando”. ‘Foxy’ ponía el foco en una circunstancia que no se debe pasar por alto. Los sureños llegan a estos partidos de otoño en la fase terminal de su temporada, mientras los del norte apenas llevan un trimestre compitiendo. A eso añadió, no sin razón, el aumento de partidos en un curso complicado para los del sur, que aún sufren los efectos de la pandemia en sus países. Eso ha provocado confinamientos, giras más largas, viajes y condicionantes que podrían explicar ese descenso competitivo de las Tri Nations (NZ, Sudáfrica y Australia).
Si las dos derrotas han provocado que Nueva Zelanda pierda el liderazgo del ránking mundial a manos de Sudáfrica, el peor parado ha sido, sin duda, Australia. Los ‘wallabies’ aterrizaban en Europa en la tercera posición de la clasificación y tras la gira por suelo europeo cayeron a la sexta, siendo sobrepasados por Inglaterra, Irlanda y Francia. Los ‘aussies’, que han perdido sus tres partidos ante la caótica Escocia (13-12), la solvente Inglaterra (32-15) y una Gales intermitente (29-28), viven instalados en una crisis de identidad desde hace años. Mientras París se echaba a las calles alentando la revolución rugbística, al otro lado del canal de la Mancha, Inglaterra y Sudáfrica reeditaban la final del pasado Mundial de Japón, pero esta vez los de la rosa se quedaban con la victoria en un partido exigente como corresponde a un duelo entre las selecciones más físicas de cada hemisferio. Sin embargo, se adivinó en el juego cierto componente lúdico de mediocampo hacia atrás que dejaba entrever que los seleccionadores estaban más pendientes de testear recursos que de abrochar un triunfo más prestigioso que pragmático. Dominó las fases estáticas el ‘set-piece’ sudafricano, con un Ezebeth descomunal que sigue impresionando a propios y ajenos como Itoje. Pero pese a la inferioridad de sus gordos, la nueva sensación inglesa, el apertura Marcus Smith, administró bien las pelotas que le llegaron. Están ilusionados los ingleses con el desembarco de jóvenes con cierto descaro como Smith, el fullback Freddie Steward o el medio scrum Raffie Quirke. Parece arriesgado pensar que Eddie Jones, entrenador cartesiano donde los haya, abandone el nihilismo oval que lleva proponiendo desde hace años. Pero es edificante ver cómo estas apariciones descongestionan a una Inglaterra que mantiene la ortodoxia más tediosa a la espera de rentabilizar los errores rivales.
Se agradece que Jones haya abierto las ventanas del vestuario inglés para dejar entrar aire fresco. Como es reseñable que Galthie convierta a Francia, al modo que él promovía desde su rol de conductor, en un equipo vistoso y divertido cuyo estilo en Francia, como suele ocurrir con cada atisbo de euforia, ya califican de “rugby champagne”. De momento es un equipo burbujeante, pero aún le falta alcanzar ese equilibrio del buen champagne entre la acidez y la dulzura en el paladar. Irlanda, por su parte, es un equipo recio, masticable como la cerveza negra, con una delantera que se indigesta a los rivales y unos ‘terceras líneas’ disfrazados de centros. Los de la Isla Esmeralda sueñan con dar la campanada en Francia, creencia que alimentan con las recurrentes victorias que han cosechado los últimos años ante los tres gigantes del sur. Sin embargo, los Mundiales de rugby nos enseñan a desconfiar de categorizaciones de cualquier tipo y de proyecciones a medio o corto plazo.
Irlanda, habitual ‘campeona del mundo’ entre Mundiales, tiene tendencia a desmoronarse luego por su mala gestión de la presión interna. Francia siempre ha sido ese equipo “previsiblemente imprevisible” del que hablaba el legendario John Kirwan, que, en realidad, es un elegante eufemismo para denunciar la inconsistencia de un equipo incapaz de mantener la excelencia en los tres, a veces cuatro, partidos que una selección debe ganar de forma innegociable para conquistar un Mundial.
Podría advertirse que el norte está más preparado que nunca para competir con el hemisferio sur por el cetro mundial en Francia 2023. Pero aventurarse más allá sería una impertinencia y un exceso. Lo que no impide ponderar que el sábado 20 de noviembre de 2021 quedará en los anales de la historia del rugby como el día que el hemisferio norte arrasó al hemisferio sur. Un hecho sin precedentes.
Por Fermín de la Calle
www.elconfidencial.com