En esta oportunidad, Frankie Deges hace mención a las Giras deportivas (en esta época del año varios clubes de rugby realizan este tipo de viajes) y recuerda los dos viajes que hizo, en sus épocas de jugador, con su Club.
La energía es particular; distinta. A nadie le gusta arrancar la pretemporada porque ese comienzo está orientado al duro trabajo físico por encima de lo lindo del rugby que es tocar la pelota.
Si bien ya no es más “30 vueltas a la cancha 1 y 2”, como supo ser hace algunas temporadas, no hay forma de escaparle a la enorme demanda de una pre-temporada.
Con una gira como objetivo en el corto plazo, la adrenalina es distinta y se siente un espíritu, una unidad de cuerpo, una onda distinta; hasta la pretemporada tiene otro gusto. El sábado pasado estuve en mi club que se prepara para salir de gira a Europa en dos semanas y se palpaba el grado de excitación y alegría de lo que está por venir. Me fui con una envidia terrible…me vi reflejado en lo que viví hace demasiados años. No existe la sana envidia…la envidia ¡es envidia y punto!
Una gira de rugby es un todo en nuestro deporte. Pocas cosas marcan más en nuestro deporte que un viaje; sea a Tandil, a Salta, al extranjero. Ese abrazo antes de entrar a jugar en una gira tiene otro valor, genera otra sensación. El compañero es un verdadero camarada.
Tuve la gran suerte y enorme honor de hacer dos giras internacionales – a Sudáfrica en 1991 y a Nueva Zelandia y Australia en el ’95. Nada es igual a esa excitación de viajar con los amigos del club y con un objetivo superador como es el de jugar al rugby y representar los colores y la pasión por el club en el extranjero.
La gira es una unidad de mente y esfuerzo de un enorme grupo de personas atraídas por la misma pasión hacia un club; algo que nace mucho antes de llegar a Ezeiza. La génesis de un viaje así tiene distintos orígenes pero la bien entendida gira de rugby tiene pocos objetivos: enfocarse en el juego, unir al grupo, jugar bien, aprovechar la oportunidad de estar lejos, solos. Pasarla bien con el rugby como denominador común.
De mis dos giras recuerdo todo. Aquel primer viaje a Sudáfrica generaba una enorme expectativa en todos los que viajamos – la última salida del país del club había sido en 1978. Sudáfrica recién empezaba a salir del aislamiento en el que los había sumido el abominable régimen del apartheid. Nelson Mandela, hoy ícono mundial, ni figuraba en nuestro joven y poco informado radar, tan alejada estaba Sudáfrica esos días. Más famoso era Steven Biko, el mártir al que Peter Gabriel le había escrito una canción. A Mandela lo habían liberado 13 meses antes de nuestro aterrizaje en Ciudad del Cabo.
No llegamos a vivir lo peor del apartheid, pero se veían algunas viejas costumbres racistas que no causaron una impresión positiva en nosotros; los de color por un lado y los blancos del otro. En la eterna escala en el aeropuerto de Río de Janeiro, establecimos un código para evitar cualquier referencia racista. Los que tengan cierta edad recordarán a Gustavo, el portero de New York City. Entonces, durante la gira, los sudafricanos de color eran “gustavos.” Todavía se escucha cada tanto ese término en el club.
Invitados por las Fuerzas Armadas sudafricanas – nunca tuve idea cómo o por qué –fuimos al enorme box que tenían en el Ellis Park a ver un cuadrangular provincial. Nos presentaron a un tal Chester Williams, que estaba haciendo el servicio militar y prometían iba a ser Springbok. Años después, Chester me dijo que se acordaba de esa noche.
El envión que dio esa gira fue enorme en el club y los recuerdos siguen apareciendo. Mi rol deportivo no fue grande – venía de haber estado fuera del país un año y volví para la gira; jugué uno de cinco partidos y de premio me comí un pisotón en la cara en el medio de una batahola general…esos eran los tiempos. Welkom. Ganamos y las marcas que ya desaparecieron fueron una gran cucarda.
Cuatro años mas tarde, alejado del rugby competitivo (o al menos de eso de entrenar dos veces por semana), me debatía en si seguir jugando o no en la Pre. Surgió una noche de club la idea de armar una nueva gira y al participar en el comité organizador estiré el retiro… ¡hasta la pretemporada! Pasamos de los 30 a Sudáfrica a los 51.
Ir de gira a Nueva Zelanda es casi una obligación rugbier – no hay lugar con mas pasión ovalada que en ese país. Si bien ya había estado en Aotearoa, la tierra de la larga nube blanca (Nueva Zelanda), cruzar como delegación ya generaba un respeto distinto. Todos vestidos con nuestra chomba blanca, haciendo migraciones, se sentía que éramos bienvenidos. Un recuerdo imborrable de aquel viaje fue el rafting en el Río Kaituna y su caída de 7 metros. Hay un video en el que se escucha al manager de la gira (mi padre) preocupado cuando el primer bote se da vuelta; al quinto, su risa es contagiosa.
El cruce a Australia nos depositó en Sydney – primera en mi ranking mundial de ciudades favoritas – y otra onda, distinta a lo vivido en la escala previa. Viajamos a un pueblo fantasma, Bathurst, en el que revolucionamos el boliche. Los 980 kilómetros hasta la Gold Coast los hicimos en un bondi sin aire – un viaje insufrible que genera buenos recuerdos.
Otra anécdota de ese viaje fue cuando fuimos a jugar al pueblo surfer Byron Bay (¡que lugar!) y entre partido y partido con un grupo muy chico nos fuimos al bar del pueblo a refrescarnos – vestidos de camisa y corbata, un par de surfers que difícilmente hubieran pasado un control anti-doping nos pedían biblias por confundirnos con mormones. Evidentemente, le habíamos errado con el uniforme para ese lugar.
Anécdotas hay cientos de ésta y de cualquier gira de cualquier club. Cada una tiene códigos propios, vivencias únicas, recuerdos imborrables y secretos internos. Si sale bien, no hay vacación mejor, mas allá de que se entrene a diario o haya mucho rugby. El éxito siempre depende del grupo y de sus líderes.
Veo a los jugadores preparar un último evento para recaudar un poco mas – muchos se endeudaron para poder viajar. ¡Qué gran inversión! No se arrepentirán.
Reconozco, sin soberbia, que viajado mucho – si miro para atrás, demasiado. Dos de los mejores viajes, sin un gramo de duda, fueron las dos giras con mi club. Pasaron 22 y 18 años y podría describir el día a día de cada una. Se lo comento a un par de chicos que viajarán en dos semanas por primera vez y se ríen. Me pensarán loco; ya se darán cuenta que de loco, en este tema, nada. Les pido que guarden cada uno de los recuerdos bien adentro. Es una energía que sirve para todo – el rugby y la vida.
Los envidio. Van a Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda; 19 días en el que combinarán rugby, turismo, amistad; risas y trabajo. Conozco los cuatro destinos, pero nunca viviré lo que están por vivir. Irse de gira con el club es un premio. Vale el esfuerzo: esa sensación de haber pasado migraciones en Ezeiza, y mientras se espera el llamado para embarcar en el avión que cruzará el enorme océano, mirar al costado y ver a tus amigos de la vida con la misma ropa que vos, es una experiencia única. Impagable.
Sí, los envidio mucho.
Por Frankie Deges
Fotos: FD
www.aplenorugby.com.ar
Nota: Frankie Deges es socio del Buenos Aires Cricket & Rugby Club desde que nació. Sigue involucrado en el club.
En la página de Espartanos, la ONG que revolucionó las cárceles utilizando al rugby como herramienta de educación e inserción social para los presos, hay un video corto...
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