El hecho ocurrió este fin de semana en Rosario, durante la disputa del llamado “Final Four” de Menores de 15 años. Atlético del Rosario le ganaba 14-12 a Old Resian en un partido tan parejo como lo marcaba el resultado hasta que, faltando pocos minutos, Plaza apoyó un try que prácticamente sentenciaba no sólo el encuentro, sino el torneo.
El árbitro Sergio Tizón lo convalidó y fue entonces cuando se le acercó Valentín Marciali, capitán del equipo que iba ganando, para decirle: “Señor, no fue try. El octavo nuestro hizo knock-on antes de apoyar”. “¿Está seguro?”, le preguntó Tizón. “Sí, señor, fue knock-on”, le respondió Marciali.
El rugby tiene tantas decenas de estos ejemplos que ya ni genera sorpresa entre sus cultores. El fair-play viene con el juego mismo; desde sus entrañas. Los maestros que entrenan a los niños les transmiten el respeto a las reglas, al árbitro y a los ocasionales rivales incluso antes de enseñarles cómo se pasa la pelota. Pero de pronto, un número importante de factores que por ahora se hacen visibles sólo en la seguidilla de graves lesiones en el scrum, han traído al rugby, al menos al doméstico, un desconcierto que también se traduce en temor. Hay, porque se escucha y se percibe, miedo en madres y padres de chicos que juegan al rugby.
Hace un par de semanas, médicos del Sanatorio Fleni, adonde llegan los rugbiers con lesiones severas, brindaron una didáctica e ilustrativa conferencia bajo el título “Lesiones catastróficas de columna cervical en el rugby”. Allí se volcaron varios elementos necesarios desde el punto de vista médico para un diagnóstico más certero sobre lo que está ocurriendo (4 lesiones en menos de un año), como las llamadas “lesiones invisibles” (impactos en la cabeza), pero también se hizo hincapié en “replantear los valores del deporte ante el aumento de la publicidad, la televisión, la mayor competencia y el profesionalismo” y a “no olvidar que el rugby de clubes es un deporte amateur”.
Como dijo uno de los asistentes a la conferencia, “absolutamente nada tiene sentido si un chico termina en silla de ruedas por jugar al deporte que tanto queremos”. Y, en ese vía, el rugby se está moviendo por distintos lados en busca de una solución; desordenadamente, pero con pasión por aportar. Desde el CASI sostienen -con razón- que los primeras líneas en la Superior deben tener más de 23 años, porque a esa edad recién sus físicos están aptos para formar el scrum a ese nivel de competencia. Luis Jasminoy, hombre de CUBA y amante del scrum, ha propuesto que “hasta encontrar una propuesta confiable, el scrum se juegue: 1) tira/saca, sin empuje o 2) hookeo sin empuje, pero sin pelota torcida; sólo competencia con hookeo limpio”. Y Newman comunicó, en una decisión filosófica, que todas sus divisiones jugarán el scrum provisionalmente bajo la fórmula tira/saca, y que en caso de que el otro equipo no acepte, cederá los puntos.
Quizás haya llegado el momento de volver al comienzo. No se trata de postergar ni de criticar los planes de competencias continúas ni las ambiciones para crecer en el rugby profesional, sino de establecer prioridades y repensar de qué se trata el éxito.
Por Jorge Búsico (La Nación)
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