La Organización Mundial de la Salud define como alto riesgo que dos jugadores estén a una distancia inferior a un metro durante 15 minutos. La aplicación de este distanciamiento en el rugby es casi imposible y hasta plantea un cambio normativo. Te lo contamos a continuación
En un partido, con una duración de 80 minutos, los delanteros de las dos primeras líneas -cinco por equipo- pasan una media de 17 minutos de exposición. Ellos son la punta del iceberg de un deporte que supone la acumulación de muchos jugadores para esfuerzos mayúsculos. De la nueva normalidad puede aflorar un nuevo juego.
World Rugby -la federación internacional- presentó este jueves pasado un estudio basado en los riesgos de transmisión por transpiración y saliva. Puso el foco en los scrum, plataformas de ocho jugadores por equipo que suponen un pilar del juego y, según la investigación, el 50% del riesgo de contagios. El objetivo a partir de ahora es que haya menos. Por eso la propuesta incluye que cuando el scrum no haya podido iniciarse, como ocurre frecuentemente al tratarse de un complejo equilibrio, no se reinicie el proceso y se decrete un golpe franco. Y pone en los jugadores la responsabilidad de priorizar la estabilidad sobre el empuje. Tampoco habrá scrum tras un golpe de castigo -los equipos pueden elegir entre patear a los palos, al line o scrum- ni cuando un jugador sea tackleado en su propia zona de marca.
El estudio plantea limitar el riesgo en otras fases de conquista. Los árbitros, aconseja la federación internacional a los organismos nacionales, deberán reducir de cinco a tres segundos la lucha en el ruck -fase en la que un jugador es tackleado y suelta la pelota- y no se permitirá la incorporación de nuevos efectivos al maul -una plataforma de jugadores que avanza junto al portador del balón- una vez que se haya formado. Además de 15 titulares por equipo, el rugby cuenta con ocho suplentes que suelen entrar en acción. Más efectivos, más riesgo.
La pandemia refuerza la lucha contra los tackles altos, porque además de propiciar conmociones cerebrales también facilitan la transmisión. Está en estudio que haya una tarjeta naranja que obligaría a la revisión por video de cara a una expulsión definitiva o temporal, de 15 minutos, cinco más que la amarilla actual. “Si tackleas a alguien por las piernas, no hay riesgo. La percepción de que el deporte de contacto es más peligroso puede no ser del todo cierta porque se trata de la proximidad con una persona infectada”, subraya el responsable médico de World Rugby, Martin Raftery.
Los cambios son, por el momento, recomendaciones que cada federación nacional puede implantar o no. Fernando López, capitán de la selección española, se muestra escéptico. “Se pierde la esencia de lo que es el rugby, sería otro deporte”, afirma; “es un deporte con mucho contacto. Hay jugadores que están ahí porque tienen un buen scrum, que son buenos en lo suyo. Sería cambiar muchísimo todo. Está bien, quita los scrum, pero ¿y si se te escapa algo de saliva en un tackle? Hay que jugar como se juega al rugby. Y si no, que no se juegue. Lo importante es la salud, y si hay mucho riesgo de contagio, mejor no jugarlo”.
Inglaterra y Nueva Zelanda no se han mostrado partidarias de estas alteraciones en un deporte que ha respondido en clave nacional a la pandemia. Se aplazaron a octubre los últimos cuatro partidos del Seis Naciones y pararon las dos grandes competiciones continentales, tanto la Champions Cup europea como el Súper Rugby en el hemisferio sur. El enigma es cómo salir del invierno. No lo hará Francia, que canceló su liga y centra sus esfuerzos en regresar con la siguiente temporada en otoño. Pese a las trabas, la inglesa quiere completar su calendario a partir de julio para reducir las pérdidas televisivas. Los clubes han rechazado los entrenamientos reducidos y volverán cuando esté permitido entrenar en grupo. Con nueve jornadas por disputar y los playoffs, sin público, los equipos afrontarían cada uno un gasto de unos 22.000 euros semanales en test.
Los planes de regreso se complican porque en un deporte tan exigente no vale cualquier pretemporada. Y los expertos hablan de unas seis semanas antes de la vuelta de la competición. La federación inglesa prevé perder 55 millones de euros y algunos clubes podrían desaparecer antes de diciembre. La federación estadounidense se ha declarado en quiebra.
El hemisferio sur también está en jaque. El virus ha afectado más a Sudáfrica, vigente campeona del mundo, que afronta un éxodo de sus estrellas. Australia afronta una crisis económica sin precedentes, con desaparición de entidades y dificultades para renovar a sus jugadores.
Nueva Zelanda, con menos incidencia del coronavirus, será el primer país en volver. Sus cinco clubes del Súper Rugby jugarán un torneo a ida y vuelta a partir del 13 de junio. A puertas cerradas. Plataformas televisivas locales como Sky ya han avisado de que los términos contractuales han cambiado, por más que se jueguen los partidos. Y los All Blacks han reducido en un 50% el sueldo de sus jugadores. Aunque World Rugby plantee un nuevo calendario compartido entre hemisferios, el rugby afronta tiempos desconocidos sin la unión deseada y sin el músculo económico de otros deportes. Y con la exigencia de un distanciamiento físico que va contra su naturaleza.
Fuente: Diario El País