Sebastián Perasso recorrió las 24 provincias con el rugby y en esta entrega aporta la experiencia de su paso por La Rioja, donde la ovalada vuela a pesar de las adversidades.
Ayer fue un día ajetreado y a la vez muy emotivo. Pero más allá de mi indisimulable alegría las secuelas están a la vista. Me queda apenas un hilo de voz y estoy a punto de viajar a la ciudad de La Rioja para llevar adelante una jornada de coaching en esa provincia.
Hace tan solo 24 horas el quincho de mi club estaba desbordado por la asistencia de más de 400 personas que concurrieron a la presentación del libro “Veco Villegas, pasión por el rugby”. Para mí, como autor de la obra, fue una jornada mágica porque significó no sólo la culminación de un arduo trabajo de dos años, sino también la posibilidad de homenajear a un gran entrenador como Veco Villegas al cumplirse 25 años de su trágico deceso…
Estoy aguardando ingresar al avión y mis temores tienen un motivo fundado. Mi disfonía es tan notoria que me da mucho miedo no poder disertar como la gente se merece.
Haciendo una disertación imaginaria, trato de hablar pausado para que se me escuche pero no hay caso. Mi hilo de voz es tan débil que mis esperanzas de ser escuchado por los oyentes es verdaderamente escasa. No obstante, me he juramentado por dentro “dejar todo en la cancha”.
El avión levanta vuelo desde aeroparque en el horario estipulado y arribo a la ciudad de La Rioja tal como estaba previsto. Me recibe Juan Manuel y lo primero que atino es a pedirle perdón por el estado de mi garganta. Él logra entenderme y en mi interior percibo una mueca de alivio por sentirme escuchado.
La charla se llevara a cabo en el polideportivo Carlos Menem a las 20 hs. Es por ello que pasamos por el hotel raudamente a dejar mis pertenencias y a toda velocidad nos dirigimos hacia el lugar del encuentro.
Al llegar, Juan Manuel me provee de un micrófono y siento un gran desahogo porque albergo la seguridad de poder ser escuchado. Pasan los minutos y comienzo a sentir un cierto nerviosismo. Faltan sólo 5 minutos para la hora señalada y tan sólo un puñado de personas se ha acercado hasta el polideportivo.
Mi preocupación va en aumento y pregunto sin rodeos “¿no va a venir nadie a la charla?”. Me contestan que se le había avisado a mucha gente, pero que acá, en La Rioja, la gente es muy impuntual…
Contra todos mis pronósticos y cerca de las 10 de la noche puedo comenzar mi charla con cerca de 150 personas dispuestas a escucharme. Entre las preguntas que van y vienen se fue acercando la medianoche, pero quedaba pendiente el entrenamiento en el predio vecino.
Caminamos junto con los oyentes un par de cuadras en medio de la oscuridad y llegamos a una cancha de rugby apenas acondicionada. Mi garganta se portó de maravillas y pude llevar adelante la práctica con un tono de voz bastante perceptible.
La gente se agolpaba alrededor de la cancha y mostraba mucho interés por lo que hacía. Durante la práctica hubo dos circunstancias que me llamaron la atención. La primera es que la cancha estaba tan seca que la polvareda que levantaban los jugadores luego de cada ejercicio era descomunal.
Por otro lado, las luces de la cancha eran tan tenues que su efecto lumínico solo llegaba hasta la línea que marca el final del line out, de manera que todos los ejercicios los hacíamos hasta esas latitudes.
Terminamos la jornada despues de la medianoche pero con un marco de gran entusiasmo más allá del horario. Al día siguiente, un chofer de la municipalidad me estaba aguardando en la puerta del hotel para ir a la ciudad de Chilecito, distante unos 150 km de la capital provincial, a fin de disertar en la intendencia municipal.
Me llamó la atención el marco de gran belleza y el enorme interés por el rugby en estos parajes tan lejanos. Sentí, muy adentro mío, una alegría inmensa. Que el rugby pueda llegar a estas latitudes es el fruto del esfuerzo de sólo algunos valientes pioneros. Mi reconocimiento a todos ellos que anteponen su misión y sus sueños de rugby sin importarles las adversidades.
Por Sebastián Perasso
@RugbyDidactico
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