El mundo del rugby todavía se pregunta qué habría pasado si Rupeni Caucaunibuca hubiera alcanzado todo su potencial. Yannick Nyanga, excompañero en Toulouse, lo resume: “Tuvo la carrera más baja que podría haber tenido. Si hubiera querido, habría ganado todo”.
Nacido en una aldea de Fiyi, fue descubierto en el circuito de seven y rápidamente asombró al mundo. Su potencia, velocidad y desequilibrio eran comparables —incluso superiores— a los de Jonah Lomu. En 2003, con los Blues, deslumbró en el Super Rugby. Luego brilló en el Mundial con Fiyi marcando tries memorables ante Francia y Escocia.
Sin embargo, su camino estuvo lleno de obstáculos: lesiones, problemas personales, suspensiones y decisiones que marcaron su destino. Se marchó a Francia, donde fue goleador y figura del Top 14 con Agen y campeón con Toulouse, pero también vivió conflictos contractuales, adicciones, sanciones y la bancarrota.
Jugó solo ocho tests con Fiji y disputó apenas 170 partidos en 13 años de carrera profesional. Pero cada vez que entraba a una cancha, rompía moldes. Sus excompañeros lo describen como un talento descomunal que, con solo un 25% de compromiso, “podría haber sido el mejor de todos los tiempos”.
Hoy vive en su isla natal, alejado del rugby, pero en paz. “Mis hijos están bien, somos felices aquí en Fiyi”, dijo en una entrevista reciente.
El legado de Caucaunibuca es tan brillante como incompleto. Un talento irrepetible que el mundo del rugby jamás olvidará.
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