Mendoza tenía en sus manos convertirse en el escenario de un punto de inflexión para Los Pumas, obligados a torcer el destino a su favor tras la tremenda debacle de Soweto.
No fue una semana fácil para el equipo argentino. Problemas internos y externos; con rumores de revancha de variada índole, con pases de facturas entre jugadores que están visiblemente enemistados, con grupos separados, sin unión, sin cohesión, sin esa suerte de hermandad dada por una camiseta albiceleste y un yaguareté con historias llenas de adversidades y también de superaciones… Todo eso se evidenció y salió a la luz, tal vez como nunca antes, en estos últimos siete días.
También hay que decir que, después de lo de Soweto, la palabra más escuchada de boca de Phelan y de Contepomi fue “autocrítica”. También dijeron ellos cosas como “volver a tener vergüenza deportiva”, “dar todo” y otros etcéteras relacionados con recomponer la imagen… Por eso lo de Mendoza convertido en punto de inflexión. Y los primeros cuarenta, lo fueron.
Otra cara, otra locura, otra actitud. Ciento ochenta grados cambiaron Los Pumas en esa primera etapa. Se decidieron a ser más frontales, a tener más convicción, a apoyarse en la actitud como base para empezar a construir una ilusión. Un try tempranero de Leguizamón encendió una luz al final del túnel y entonces, desde ese primer momento, lo que se esperaba que sucediera, sucedió.
El equipo argentino se plantó con bravura (genuina, no impostada) y obligó a los sudafricanos a tener que redoblar los esfuerzos para conseguir metros. No obstante eso, los Boks equipararon el partido. Sobre el final de la primera mitad, Bosch culminó en el ingoal después de una bonita jugada de conjunto. Al descanso con Los Pumas arriba en el marcador y arriba, también, el mentón.
Lo que pasó en la segunda mitad habrá que analizarlo bajo el paraguas de la puesta en escena de una función mucho más digna del equipo argentino en su conjunto, con trazas de buen rugby por momentos, pero en el que afloraron errores repetidos –penales– que, no por la actitud demostrada, se pueden soslayar, porque hacen a la necesidad imperiosa del equipo de –también– obtener sus propias pelotas desde el line y el scrum, cosa que ocurrió a los tumbos.
Se insiste con algo prioritario: lo primordial ya estaba hecho porque lo que se reclamaba, lo que se pedía, lo que se había perdido por el camino, que eran la actitud natural y la vergüenza Puma, afloró y en buena forma.
Se repite: la semana previa a este partido fue, por diversas cuestiones, de las más difíciles en la historia del seleccionado. Los que piensen en situaciones de alto voltaje puertas adentro, están bien rumbeados.
Nunca es grato tener que repetir lo de “derrota digna”. Tampoco lo será para ellos, cuando la victoria estuvo golpeando la puerta; pero lo que se insiste que ocurrió (el famoso punto de inflexión) hizo que Leguizamón tackleara como hacía tiempo no se lo veía, que Sánchez condujera a los backs con criterio, que Bosch atacara y defendiera con ahínco y devoción, que Matera mantuviera esa locura durante los ochenta minutos, que Ayerza, Guiñazú y Figallo se mantuvieran firmes…
Demasiada recuperación (esperada, por cierto) en una semana de rostros apretados, mandíbulas tensas y lenguas filosas.
La poca gente que había en el estadio entendió que Los Pumas se merecían el aplauso del final. Aplausos de “gracias por el esfuerzo”, “gracias por sincerarse”, “gracias por reaparecer”.
Una gélida tarde mendocina le sirvió de marco a este equipo para girar en U y dejar otra imagen. Una mejor, que ahora hay que llenar con más juego, con más rugby y con más autocrítica, porque esto que pasó no termina ni empieza con lo ocurrido ayer.
Por Eugenio Astesiano
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