Alrededor de 120 mujeres practican este deporte en el país. ¿Cómo sobrevivir al intento? Ellas lo explican en esta nota.
Según el INDEC , desde 1990 la tasa de actividad femenina creció un 31,7% y hoy casi la mitad del PBI proviene de sus manos. En ese camino de conquistas, la mujer también abrió nuevas rutas en el mundo del deporte. Rutas en las que el hombre parecía impedir que se abrieran las barreras del peaje de los prejuicios. Así, por ejemplo, el arte de pegar y no dejarse pegar dejó espacio para que entre los KOT de los Carlos Monzón, los "Locomotora" Castro o los "Látigo" Coggi, se colaran los festejos, los títulos y los estadios llenos al ritmo de los puños de la "Tigresa" Marcela Acuña. Y así, puede que, en unos años, los libros que inmortalizaron las patadas de Hugo Porta deban hacer un hueco para ellas. Claro, que las poco más de 120 chicas que hoy practican rugby en todo el país deberán hacer mucha más fuerza de la que utilizan para un scrum si quieren superar el ingoal machista. "La actividad presenta dificultades para desarrollarse, como todo deporte realizado por mujeres en el país, pero, además, tiene que romper una barrera cultural bastante importante", analiza Mario Barandiarán, encargado de difusión y coaching de la URBA y entrenador de Las Pumitas durante el Sudamericano de Venezuela, en 2004 .
"En Jujuy, si digo que juego al rugby todos se sorprenden y me miran raro. Muchos no me creen. Los chicos por ahí me dicen dejá de hacer eso y hacé un deporte más femenino. Pero a mí me gusta y no me importa lo que digan", se planta Paula Loza, una jujeña de 24 años que estudia en Tucumán y juega para el Huarmi (mujer, en Quechua) Rugby, el único de la ovalada en esa provincia. Mientras se quitan el protector bucal y las hombreras, Paula y sus compañeras comentan los magullones en el cuadriceps que les dejó el partido que acaban de jugar y perder- ante Mallen RC, el equipo de Bahía Blanca que el fin de semana fue finalista del 2º Encuentro Nacional de Rugby Femenino, realizado en el GEI de Ituzaingó. "Ya hace diez años que juego. Siempre me gustó, veía programas, partidos. Un día vi un aviso de rugby femenino y le dije a mi marido yo voy. Me dijo bueno, si te bancás los golpes, andá ", cuenta Mirta Cabrera, quien es el orgullo del grupo porque participó del seleccionado que jugó en Caracas. Al rato, disimula sus 42 años con un tackle perfecto.
Empujan. Corren. Saltan. Chocan. Se levantan. Afuera, el frío paraliza, pero ellas siguen la pelota con algo de desorden y mucho de entusiasmo, mientras se quitan el barro de los ojos antes de saltar a buscar un line. "En Corrientes se hace muy complicado jugar. No nos dan un club porque es muy machista este deporte. Tenemos que entrenar en un parque. La Federación sólo nos da un nombre para poder ficharnos y que podamos participar de los torneos", se queja Leticia Alcaráz, quien pasea su velocidad de ingoal a ingoal y de arco a arco, ya que también juega al fútbol. Es que, si bien la mayoría de las chicas habla de club para referirse al conjunto del que participan, eso es apenas un eufemismo. "El prejuicio es muy grande", dicen a coro. De todas formas, existe la excepción: "En Charoga, siempre nos apoyaron y eso se debió a que el equipo se empezó a formar con las novias de los chicos que jugaban en la primera del club", sorprende la santafesina Gimena Cuña.
Está claro, verlas dentro de la cancha impacta. La retina se toma un tiempo antes de acostumbrarse. Gisela también se toma un tiempo. No está cansada: se golpeó la cabeza cuando quiso evitar un try. Aunque eso lo sabemos quienes estamos afuera, ella no recuerda qué pasó. "El rugby de mujeres tiene que ser un rugby lindo. La mujer es bella. Por eso tiene que ser un rugby flexible, lindo a la vista. La mujer no es tosca, es suave en sus movimientos, entonces tiene que apuntar al movimiento de la pelota y no a la fricción", profetiza con un estilo menotista Jorge Ramos, entrenador de GEI. ¿Y es complicado, para un técnico, transmitir los decálogos de un deporte con historia de testosterona? "Es más difícil trabajar con mujeres. Tienen otra reacción sobre lo que podés indicarles, son más sentimentales", observa el responsable táctico de Huarmi.
El juego tiene ritmo. El árbitro explica sus fallos, no pita algunas infracciones claras y el siga siga es la vedette. "El nivel de juego es como el de los chicos de 15 ó 16 años. La idea no es sólo cobrar, sino hacer docencia", asegura Carlos Burochowitz, quien reconoce que "al principio fue difícil, pero después tenés que olvidarte que estás dirigiendo a chicas". Enseguida suelta una anécdota: "Una vez, una le hizo un tackle alto a otra. Paré el juego y le expliqué: El tackle debe ser por debajo de las tetillas. Y me respondió: yo no tengo tetillas, tengo tetas". En cuanto a las reacciones, Burochowitz aclara que "a veces dirigís a varones de categoría juvenil 16 y 17 años-, le cobrás algo que no les gusta y se ponen a llorar, así que eso no es sólo propiedad de las mujeres".
A la hora de hacer un top ten de prejuicios, el ranking, sin dudas, lo encabeza la teoría de la pérdida de la sagrada feminidad. "No es cierto que el rugby te quita feminidad. Yo soy profesora de danza clásica. Para mí, es un deporte más", afirma Loza, mientras se acomoda la remera para que quede prolija por afuera del short blanco. "Muchas veces nos critican y dicen que somos machonas. Pienso que es una actividad de contacto, de riesgo, como el boxeo o el hockey", acota Cabrera. "No la pierden para nada. Eso, es lo peor que podría pasar. El rugby requiere de personalidad: tenés que tener los ovarios bien puestos para jugar. La que juega este deporte es la que si está de novia te dice las cosas en la cara; es la que cuando va a trabajar siempre tira para delante; es la que está convencida de lo que quiere y de lo que hace", lanza Ramos. "Una mujer no es menos mujer, y un hombre no es más hombre por jugar al rugby", concluye el Puma Felipe Contepomi, desde Inglaterra.
Fuente: Leonardo Bachanian y Santiago Murga. De la Redacción de Clarín.com
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