Hace varios años que la comunidad internacional de rugby mira hacia nuestro país con asombro. La fortaleza de nuestros clubes es siempre destacada, basada en la enorme pasión que moviliza a tantos a trabajar desinteresadamente por el beneficio del deporte.
Hay una deuda para quienes jugaron al rugby con quienes los prepararon para la competencia. En los clubes argentinos, la relación entre la preparación atlética, técnica y moral es indisoluble; los entrenadores pasan a ser maestros no sólo de rugby sino de la vida. Y todos los que pasaron por un club sienten que deben devolver esa pasión, ese amor que brindan semana a semana tantísimos entrenadores.
En ese sentido, los jugadores que buscan un futuro profesional en el rugby del extranjero se van físicamente pero nunca dejan de ser parte de los clubes que los formaron. Todos, o la enorme mayoría, siguen en contacto con sus clubes de origen ayudando con información del juego.
Muchos, en sus vacaciones por el país, tienen al club como segunda escala después de pasar a saludar a la familia. Y en casi todos los casos, vuelcan todo lo aprendido siendo largas las horas en las que siempre hay gente ávida de mejorar el nivel local aprovechando los enormes conocimientos con los que regresan del extranjero.
Ha habido varios jugadores que al volver del rugby profesional y vestir las camisetas que los pusieron en el mejor nivel antes de retirarse. Lucas Borges, Lisandro Arbizu, Gonzalo Quesada, Hernán Senillosa…la lista es larga.
El sábado, una semana después de retirarse de Los Pumas como el record-man del rugby argentino y a cinco meses de abandonar el rugby profesional, Felipe Contepomi volvió a vestir la camiseta bordó, el short blanco y las medias verdes de ese Newman al que siempre visitó aún cuando su residencia estaba fijada en Inglaterra, Irlanda o Francia. Regresó del rugby profesional y enseguida estaba entrenando en su club a la par de jóvenes, que eran muy niños cuando el emigró a Europa en el 2000, con cuyos padres había jugado o que no conocía.
No obstante esa diferencia generacional, “quiero devolverle a Newman todo lo que el club me dio,” me dijo hace un mes cuando su paso por el seleccionado tenía fecha de caducidad.
Jugó 20 minutos este sábado contra Belgrano en los cuartos de final del torneo de la Unión de Rugby Buenos Aires. Al ingresar, la tribuna de Newman lo ovacionó como el ídolo del club que es. Debería ser ídolo para todo el rugby nacional. El recibimiento de Belgrano no fue tan cálido.
Una trompada, más de un insulto y varios encontronazos al límite de las reglas no contribuyeron a que disfrutara ese regreso que tanto soñó. También fue maltratado a la salida de la cancha. “No sé si así tengo ganas de jugar el año próximo,” dijo al finalizar el partido.
Si ese fuera el caso, el rugby local se perdería la oportunidad de disfrutar un tiempo más a uno de los grandes de todos los tiempos. Contepomi solo quiso empezar a pagar esa deuda de amor con sus colores. Ojalá los futuros rivales sólo busquen la forma de contener todo su talento dentro de las reglas y con respeto.
Por Frankie Deges
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