Estos Pumas del Rugby Championship fueron Los Pumas que todos querían ver jugar. Este torneo demostró que cuando jugadores con confianza, bien conducidos por un capitán nuevo y con mucha claridad, con líderes positivos que acompañan y un staff convencido y abocado al trabajo duro, las cosas que parecían imposibles se hacen posibles.
El equipo argentino tuvo en el scrum a la formación desde la cual hacerse fuerte mental-mente, sometiendo a los rivales en todo tipo de cancha y condición, y desde allí todo mejoró ostensiblemente. Esa formación tuvo a Ayerza, Creevy y Herrera (y cuando entró Nahuel Tetaz Chaparro también) en una primera línea que la aportó muchísima solidez y junto al tándem Galarza y Lavanini en la segunda, esos cinco de adelante fueron una roca. Lastimaron y mucho a rivales que llegaban con mayor pedigree y el daño fue tal que ni Sudáfrica, ni los All Blacks ni Australia tuvieron, en los últimos años, una paliza semejante en esta formación. Vale afirmar que el line también fue una muy buena plataforma de lanzamiento que tuvo algunos pequeños altibajos pero que no falló. Otra situación de juego que tuvo un punto muy alto -acaso eclipsada por el dominio del scrum- pero que fue una pesadilla para los rivales fue el ruck (el breakdown en general) en el que se dominó ampliamente contra las potencias, llegando primero, fuertes y sólidos, ocupando muy poca gente para resolverlo. En cuanto al maul -si bien se usó poco en ataque- en defensa se marcó siempre bien y muy pocas veces sufrió inconvenientes serios.
La tercera línea fue la que más modificaciones sufrió y su funcionamiento prácticamente no sólo no se alteró, sino que se potenció cuando hubo que hacer cambios. Los que tuvieron que demostrar que podían, lo hicieron.
Resulta lógico por ahí destacar más a los delanteros, porque era acá donde había tal vez mayores dudas antes del inicio del torneo. Los backs cumplieron también y con creces en sus funciones, algunas nuevas. Lo de Nicolás Sánchez debe destacarse nuevamente: no sólo fue el goleador del torneo sino que jugó e hizo jugar a su equipo sin dejar de tacklear mucho, tal su característica.
La experiencia se asemeja al tándem central Hernández-Bosch, que dio seguridad y juego. Cuando ingresaron De la Fuente, González Iglesias y eventualmente Agulla, siguió funcionando acorde a lo esperado. Lo mismo con los tres del fondo: salvo Tuculet (el jugador con mayor cantidad de minutos jugados en el certamen para Los Pumas, con 472 minutos) cualquiera de los que jugó de wing (Manuel Montero, Lucas González, Im-hoff y el propio Agulla) pudieron hacerlo en buena forma. Tal vez, la del wing fue la posición con más modificaciones tácticas a lo largo del certamen.
La configuración de Los Pumas para cada partido ya no tuvo el estigma a dirimir entre titulares y suplentes y se cumplió con una premisa del rugby internacional de alto nivel: los que entran a la cancha son importantes y los que esperan su turno afuera lo son igualmente y a veces, aún más por el impacto que pueden causar en el desarrollo de un partido. Las pruebas en este sentido son claras.
Daniel Hourcade, Germán Fernández, Raúl Pérez, Pablo Bouza y Emiliano Bergamaschi fueron una unidad sólida en cuanto a conducción del grupo, conocimientos, tareas y gestión humana. Eso cola-boró al buen clima del grupo, que tuvo en el capitán Agustín Creevy a un gran conductor que también supo darles espacio a los líderes más experimentados.
Y el equipo todo dio un enorme y gigantesco salto de calidad y demostró, frente al pesimismo de algunos que opinaron sin saber cómo era y cómo estaba compuesta la base del rugby argentino merced el desarrollo del Pladar, que los jugadores basados en Argentina, entrenados y preparados acá durante todo el año, pueden jugarle de igual a igual a quien sea.
Y así ha sido a lo largo del todo el campeonato. Es que este plantel y este staff de Los Pumas han demostrado que el trabajo digno a largo plazo es mucho más importante que hablar derrotas y victorias.
Por: Eugenio Astesiano
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