Desde Sudáfrica, el periodista Sergio Renna narra en primera persona sus vivencias junto a Los Pumas del 65 en el regreso de los integrantes de aquel equipo al mítico Ellis Park de Johannesburgo, escenario de aquella hazaña consagratoria que cumple 50 años.
– Vamos muchachos, apuremos que ya entramos.
– Levantemos las manos. ¡Vamos Pumas, vamos!
Con el paso lento pero firme, cabeza levantada, ojos brillosos, y esa hermandad que acaba de cumplir cinco décadas, Los Pumas del 65 regresaron a un lugar emblemático, para reencontrarse mano a mano con el estadio que los vio nacer, a ellos y a la historia moderna del rugby argentino.
Cincuenta años después, el Ellis Park abrió sus puertas para que ellos, hijos de aquella gira fundacional e inolvidable, volvieran a reencontrarse con los duendes de esa tarde mágica del 19 de junio de 1965. Desde esa victoria por 11 a 6, muchos de ellos, por no decir la mayoría, nunca habían vuelto a pisar el pasto de la catedral sudafricana.
Hasta hoy.
El instante previo al ingreso fue un momento de comunión, de introspección, de recordar a los siete compañeros que ya no están y que viven en el recuerdo inoxidable de los diecinueve que aún siguen más vivos que nunca, para seguir alimentando la llama que un día el rugby argentino encendió para no volver a apagarla nunca más.
Pochola Silva levanta las manos y transmite seguridad y una sensación de que aunque fueran cien mil las butacas, los de afuera son de palo. El Negro Loyola mira con los ojos rojos llenos de emoción, de tackle, de try -su try-, ese que fue a pura viveza a la salida de un scrum, y que el cordobés como nadie, supo leer la jugada, tomar la pelota y apoyar bajo los palos.
No están Marcelo Pascual ni el Negro Poggi, pero Palomo Etchegaray la sigue pasando como los dioses para Arturito, que ya tiene nietos, pero sigue metiendo ese hand off al gigante Ackerman, para atravesar la defensa de los Junior Springboks cual bisturí de cirujano. La palomita más famosa de todas sigue teniendo los músicos que mejor la ejecutan y, aunque Marcelo sonría desde el cielo, el Tano Neri le seguirá gritando: “¡dale que llegas, dale que llegás!”.
No están Alberto Camardón, Papuchi Guastella ni Izak Van Heerden, pero estos Pumas siguen funcionando como un reloj. No necesitan que los ordenen. Ellos saben mejor que nadie qué se debe hacer, cómo se deben comportar. A veces pienso que estos tipos nacieron sabiendo que algún día tendrían la hermosa y difícil misión de recibir un legado, rebautizarlo y transmitirlo para la posteridad a todos los que tuviesen la posibilidad de vestir la celeste y blanca con un yaguareté en el corazón.
El Capitán Aitor sale caminando despacio como quien, con su paso lento pero firme, a medida que avanza, va callando y desesperando al público y a los rivales. Muchas décadas después, se vuelven a reencontrar Ronnie Foster, aquel que volvió de Sudáfrica con varios talles de cuello más, y el gigante Rodolfo Schmidt. Empujan con el Negro García Yáñez y el Mono Scharemberg, que sin perder un segundo corre, quiebra la marca rival y se la da al nacido en Rosario, Gringo España. El formado en Duendes sigue mirando con voracidad de tryman el ingoal y vuelve a apoyar el segundo try que deja mudo los cuarenta y cinco mil sudafricanos que chillan en los tablones de madera.
Atrás vienen los demás. Los que a pesar de no haber jugado ese día, entendieron algo muy difícil de entender, y que es esa máxima que reza que “el grupo es la suma total de las partes”, y para realizarse como individuos dentro de un equipo, hay que nutrirse de y con los compañeros.
Un día, ellos volvieron al lugar que los vio nacer. Quizás el Ellis Park sea para este grupo una suerte de Pachamama. Y como en la mitología indígena, el hombre debe cuidar y rendir honores a la tierra que lo vio nacer y le dio todo. Y, como este equipo está lleno de varones y caballeros, cincuenta años después vinieron todos juntos a comulgar un agradecimiento colectivo que enorgullece a toda la familia del rugby criollo.
Gracias muchachos por todo. Recogieron la tierra de las camadas que los precedieron, pusieron su semilla, y terminaron germinando una locura llamada Puma.
¡Vamos Pumas Vamos!
Unión Argentina de Rugby
Créditos: canchallena.com
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