El objetivo era bastante básico. Mejorar lo que había sido una de las peores actuaciones argentinas de local en mucho tiempo. Lo que parecía ser un don divino como el fuego sagrado de ponerse esa camiseta celeste y blanca no había estado en Salta. Las razones son de difícil análisis para quienes no vivimos el día a día de Los Pumas.
La motivación, uno asume, está en el solo hecho de jugar por el país, entrar a un estadio en representación de cada uno de nosotros que desde el lugar que nos toca – jugador, padre, acompañante, periodista o simple hincha- no podemos hacerlo. Es cumplir el sueño de ser Puma.
Ir a Vélez fue el regreso al lugar donde mayor cantidad de veces jugaron Los Pumas en los últimos años. A partir de la firme política de federalizar al seleccionado y llevarlo por el país, Capital Federal no recibía para un test match al seleccionado nacional desde hacía tres años. El año pasado había jugado contra Stade Francais en esta cancha, pero el sábado era distinto. Era contra Inglaterra, era por los ‘porotos’ y por una revancha más íntima desde lo emocional que deportiva.
El escenario estaba listo. La gente acompañó de gran manera. Ver la tribuna sur como un caleidoscopio de colores gracias a las infantiles que acompañaron masivamente a ver a sus ídolos, a Los Pumas, bajo un increíble cielo azul y una tarde otoñal más fresca que lo que venía siendo el clima, llamaba a la ilusión. Quienes nunca usaron los colores nacionales sólo pueden imaginar lo que se debe sentir salir a un escenario tan favorable.
Es un ida y vuelta. Si el equipo empuja, la gente empuja. Si no llega ese llamado desde el verde césped, termina pasando lo que pasó el sábado: un público muy poco ruidoso; espectadores que ni siquiera a partir de las ganas de ni-ños y adolescentes acompañaron con cánticos al equipo.
En una especie de espiral descendente, mejor jugaba Inglaterra menos se escuchaba la tribuna. Entonces, uno de dos factores claves de jugar en el país empezó a desaparecer.
Los visitantes sabían en años pasados, y los ingleses lo repetían, que jugar de visitante en Argentina no es sencillo. Que la gente hace sentir la localía de nuestro seleccionado; que jugar acá es graduarse de rugbier… Habrá que trabajar entonces en reforzar el concepto, en apoyar al seleccionado de forma respetuosa y ruidosa. Que se sienta ya desde afuera el rigor de jugar en el país. Es un arma extra que se perdió…
La otra es el scrum. Fue durante décadas un arma importante, de a ratos letal, de Los Pumas. Primeras líneas como el Oso Gaviña, el Pato García Yáñez, Ronnie Foster, el Alemán Insúa, Pichino Cubelli, el Topo Rodríguez, Diego Cash, Fede Méndez, el Pato Grau, Mario Ledesma, el mismo Mauro Reggiardo hoy entrenador de scrum de Argentina, preferían perder un brazo a ser humillados en el scrum.
Nunca antes se perdió tan categóricamente la formación bandera de nuestro rugby. Dolió mucho ver los dos tries penales llegados por la ineficiencia en esa formación. Cambió mucho el scrum en el mundo y ya no se le permite ser el alma de un equipo por la poca cantidad que hay en comparación a años pasados. Por eso, las pocas veces que los ocho forwards tienen para buscar superar técnica y mentalmente al rival, hay que aprovecharla. No pasó en Salta y mucho menos en Buenos Aires. Ninguna de las dos cosas: no acompañó el calor abrazador del público ni funcionó el scrum. Esa alma Puma no se dio una vuelta por el Padre Martearena ni por Vélez.
Será para el análisis de los entrenadores en el desempeño individual porqué hubo jugadores que no dieron la categoría: se podrá ser inferior en lo físico y técnico, pero nunca en lo espiritual.
Ahora llega Georgia, que tiene un largo viaje desde Tbilisi hasta San Juan. Eso jugará a favor de un equipo Puma golpeado en el ego, en la confianza y en lo físico. Sólo existe ser positivo, pensar en el buen partido que se va a tener. Ojo, los Lelos no vienen a ser partenaires. Vienen a mostrar lo suyo, entonces la recuperación Puma debe ser instantánea.Y debe surgir desde el corazón.
Por: Frankie Deges
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