En un partido de rugby, José Guillermo Bustamante se lesionó por jugar en una posición diferente y quedó cuadripléjico. Es psicólogo y deportista, y recibió el Premio Joven Sobresaliente.
Hace 20 años, estaba sentado con mis compañeros de equipo del Taborin Rugby Club debajo de un árbol, esperando que comenzara un partido muy importante para nosotros. Por diversas razones, en ese soleado día de septiembre no podíamos conformar el equipo. Uno de los motivos era que no teníamos lo que se denomina “hoocker”, una posición muy importante para el rugby.
Al ver que el tiempo pasaba y que el encuentro corría riesgo de suspenderse, decidí dar respuesta a una pregunta que cambiaría mi vida: “¿Quién quiere ser hoocker?”. En ese momento, sin dudarlo, levanté mi mano y me ofrecí. No podía permitir que mis compañeros y yo no disputáramos ese partido. Así fue que pasé de la posición de tercera línea, que siempre había ocupado, a jugar en un puesto en el que no había estado nunca. El match finalmente arrancó.
A los tres minutos, tuve mi primer scrum. No sabía a quién agarrar, cómo entrar ni qué hacer. En ese momento me di cuenta de que no era tan fácil como pensaba. Minutos después, en la disputa de un nuevo scrum, mi cuello sufrió una hiperflexión y fue como si por cinco segundos, me hubiera ido.
Cuando volví a abrir los ojos, estaba boca arriba, me quise levantar, pero mi cuerpo no respondía a mi voluntad. “Marcos, ayudame a levantarme”, le dije al capitán de mi equipo. A pesar de hacer todo lo posible para continuar con mis compañeros en el partido, no lo logré.
Sin darme cuenta, estaba camino al hospital, sin poder mover absolutamente nada, con un dolor desgarrador en mi cuello. Me hicieron los exámenes de rutina y rápidamente decidieron que debían operarme.
Me desperté en una sala completamente oscura, solo. Tenía tubos, cables y fierros clavados en mi cabeza, no entendía nada. La buena noticia era que estaba vivo, la mala, que mi estado de salud era muy delicado.
Con el tiempo, mi salud fue mejorando levemente y en ese momento recibí la noticia: estaba paralizado del cuello para abajo. Fue la primera vez que escuche la palabra “cuadriplejia”, no podía mover los dedos, los brazos, nada. Lo único que podía, y con mucho cuidado, era girar la cabeza de lado a lado. Tampoco podía dormir. Fue la primera lección práctica: tener paciencia.
Luego me trasladaron a una sala común donde vi a mucha gente del rugby, mis compañeros y amigos, quienes habían estado esperando día y noche para saber de mí.
Como estaba en quinto año y faltaba poco para terminar una etapa importante en mi vida, decidí que, junto con la rehabilitación, finalizaría mis estudios secundarios. Los profesores y las autoridades del Colegio me decían qué unidades estudiar y me tomaban examen.
Luego de unos meses, tuve la fortuna de volver a casa y sentarme en una silla de ruedas. Salir del hospital fue darme cuenta de mi nueva realidad, que debía empezar a aceptar.
Cuando entré a casa, sentí una emoción muy grande, aunque también tenía una sensación rara: estaba acostumbrado a volver en mi bici, contar mis hazañas, jugar con mi perro. En ese momento me enfrenté a la primera dificultad: mi habitación estaba en el primer piso. Por lo complicado de bajar y subir, me quedé arriba.
Allí comencé a rehabilitarme y a acostumbrarme a mi nueva vida. Dependía de alguien para todo y mi independencia se había ido: era un bebe de 17 años y 70 kilos.
Esos meses eran críticos para mi recuperación futura y con la inmensa ayuda de familiares y amigos se logró juntar dinero para que viajara a Cuba para realizar allí el tratamiento de rehabilitación, adonde partí en diciembre. Fue el lugar donde vi que no era el único: había personas en iguales y peores situaciones. Aprendí mucho. “Esfuerzo” y “sacrificio” son las palabras que utilizaría para describir esos meses. Daba todo de mí en cada sesión, estaba entrenando para el partido más importante de mi vida y no quería perderlo. Aprendí a conocerme y comenzar un nuevo y largo proceso: la aceptación.
De regreso, comencé mis estudios universitarios, no tenía tiempo que perder. Combinaba mi tiempo entre la Universidad y mi rehabilitación
Los años pasaron, fui creciendo, luchando y aprendiendo día a día a superar mis adversidades y en 2000 con mucho esfuerzo, tanto personal como familiar, logré recibirme de psicólogo.
Al poco tiempo, conseguí mi primer empleo y a partir de ahí, como digo siempre, comencé a sentir que soy uno más dentro de este mundo. Una persona que ama, llora, sufre, ríe y se emociona entre otras cosas.
Hoy puedo decir que logré salir adelante siempre, que a pesar de haber enfrentado miles de adversidades, todos los días me levanto, voy a trabajar, trato de ser solidario y partícipe de lo que se haga para que este mundo cambie de una vez por todas. No me quedaré sentado con una queja vacía y sin hacer lo imposible para dejarles un mundo mejor a mis hijas.
Perfil
Bustamante Sierra tiene 37 años, es casado y tiene dos hijas. Es licenciado en Psicología con un MBA con orientación en Recursos Humanos y dos diplomados: Management Estratégico y Recursos Humanos. Se dedica a la consultoría en gestión estratégica de personas, diagnóstico y desarrollo organizacional. Fue nadador de alta competencia y el primer deportista categoría sm2 en nadar los cuatro estilos en una prueba (Avellaneda 2002). En 2015 competirá en tenis de mesa, para fomentar el deporte adaptado y crear su fundación. En Facebook: DesdeLaCanchaOK
Fuente: Diario La Voz del Interior
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