No deja de causar asombro escuchar a los dirigentes decir con firmeza y convicción indeclinable “sería una imprudencia dejar que los meses transcurran sin tomar decisiones, porque el rugby mundial nos está esperando”.
No deja de causar asombro escuchar a los dirigentes decir con firmeza y convicción indeclinable "sería una imprudencia dejar que los meses transcurran sin tomar decisiones, porque el rugby mundial nos está esperando". En realidad, es loable el reconocimiento de que es indispensable renovar la inconsistente estructura interna, pero también llama la atención que meses después de encendidos enfrentamientos con los integrantes del seleccionado nacional (dejados de lado por un pacto aún vigente y no por respuestas concretas), hayan revertido su postura tan abruptamente. ¿Sólo la extraordinaria campaña de los Pumas en el Mundial les hizo ver la realidad? Parece absurdo atribuirle todos los motivos de la revolución ideológica a una medalla de bronce; como es que ya los responsables de conducir ya no vociferan eso de "para jugar en los Pumas van a tener que pagar ellos", respuestas con las que se encontraron los rugbiers cuando reclamaban por mejores condiciones de preparación.
El intempestivo golpe de timón desde la UAR -se repite que se elogia la decisión- no hace más que ratificar algo que estuvo claro desde que la discusión sobre la profesionalización se instaló: los jugadores siempre tuvieron razón. Y esta certeza va más allá del aval de un tercer puesto, porque el reciente logro en Francia tiene gran parte de sustento en la determinación de los protagonistas, y ese avance requiere de una continuidad -en calidad grupal-, algo sobre lo que no se tienen demasiadas seguridades. Si se toma como referencia la Copa del Mundo de 1999, los Pumas evolucionaron notablemente, pero la dirigencia del rugby argentino está atrasada una década (hay que recordar que el profesionalismo en el planeta se reconoció en la segunda mitad de 1995). Eso es innegable, y no se va a modernizar simplemente con un posible aggiornamiento de su estatuto. Ese es el primer paso, un salto fundamental sí, pero no el único que hace falta. Porque tampoco parece que una transformación semejante se pueda encarrilar sin el consenso nacional, y en ese terreno surgieron algunos interrogantes.
Es verdad que tampoco se puede sostener una organización de primer nivel sin una ayuda económica de la International Board, y es en ese punto que desde nuestro país aparece la urgencia por acomodarse a las reglas actuales del universo ovalado, pero así como la dirigencia internacional exige cambios, los jugadores los piden desde hace años y nunca obtuvieron atención suficiente. ¿Hacía falta convertirse en héroes para ser escuchados? No; así como tampoco resultaron productivos los roces y la tirantez de la relación.
No hay que responsabilizar a los dirigentes actuales por el retraso, las postergaciones vienen de hace mucho tiempo, pero el presente no permite más dilaciones. Por eso es que la Argentina pretende incorporarse en un circuito del que está relegado por su status anticuado. La UAR quiere ponerse al día con la realidad imperante, y como el futuro del seleccionado depende de ese acondicionamiento, esperemos que se resuelva con la misma lucidez con la que los Pumas supieron dar respuestas en su ámbito. Ellos y el prestigio que la selección adquirió se lo merecen.