Vincent Clerc casi no juega ante Irlanda. La lesión de un compañero lo tiró en la cancha: fue el mejor y apoyó tres tries. Así es la vida de este joven y veloz autómata, estrella de Francia en el Seis Naciones. Una vez, dos veces y una tercera, lo dominó la furia. Y eso que, probablemente, Vincent Clerc no sabía que el tres era el número indicado para desatarse en esa segunda fecha del Seis Naciones que lo enfrentaba con Irlanda. No importó: una vez, dos y una tercera apoyó la pelota en el ingoal contrario, presa de su automatismo veloz, de su instinto sanguinario. Y liquidó a su rival-aunque lo ignorara por tercera vez. Una, en el Seis Naciones del año pasado, cuando le marcó un try clave para la victoria que además les dio el título a los galos. Dos, en el último Mundial: dos tries para que los británicos batallaran si éxito ante Argentina por un lugar en el grupo. Y tres, como un número que no se olvida, para hundirla el último fin de semana.
¿Cómo se siente él ante semejante hazaña, cómo puede describir su destreza, cómo llegó a semejante marca, cómo se planta para ser el constante verdugo del equipo verde? Que él hable: "No hago gran cosa, además de correr. Los que me conocen lo saben: en realidad, no sé hacer mucho más que eso".
Palabras extrañas. Es que el jugador de Stade Toulousian no se caracteriza exactamente por su fluidez de lenguaje o por su vasta cultura. Dicho sin suavidades, y aunque tenga un Master en management deportivo de la Universidad de Toulousse: es un idiota. Clerc es un idiota rápido, un idiota ágil. Un idiota que sólo sabe correr. Pero que cuando corre se transforma en uno de los mejores wings del mundo. Dicen algunos que no tiene nada que envidiarle a Bryan Habana. Dicen otros que sin él, Francia no sería el equipo que es.
Pero él no lo sabe. Y no lo dice. De hecho, cuando habla dice cosas insólitas. Ejemplo: "Creo que le tuvimos un poco de miedo a Irlanda", soltó después del último partido. Agregó: "Somos un equipo joven y no sabemos cerrar partidos". Remató: "Pateamos la pelota para que la tuvieran ellos, como si los quisieramos salir a perseguir. Eso no sirve". En el vestuario sus compañeros recriminaron la serie de frases desafortunadas. "Disculpen,-esgrimió soy un idiota". Y uno, entonces, lo piensa con sus 26 años, su metro 78 y sus 79 kilos y empieza a preguntarse si, en realidad, será tan idiota como argumenta.
FURIA Y RUIDO
Cuando le preguntan por qué juega al rugby como profesional, él responde: "Mi padre, Jean Pierre, fue tres cuartos del Grenoble entre 1976 y 1983". La respuesta parece idiota, y vuelve a desconcertar. Pero ayuda a entender su lógica reiterativa: creció viendo jugar y entonces jugó. Él también pasó por Grenoble antes de llegar a Toulouse. Hoy el padre es su fan número uno y afirma que su hijo es todo lo que él no pudo ser: jugador de elite, estrella del seleccionado.
Eso no quita que la repetición sigua marcando la vida de Vincent. En principio, se desnuda cada año para el calendario de su equipo francés. En la última edición posó sobre una moto, mientras dejaba que le afeiten el pecho con una máquina eléctrica y le maquillen la cola con un aspersor de pintura. Es el cuarto año consecutivo en el que cede a semejante práctica. ¿Le gusta hacerlo? No. ¿Por qué lo hace? Su respuesta es contundente. "Todos lo hacen". Lo dicho: un idiota.
Sin embargo, su voluntad de permanencia colectiva no tapa su talento único. Hábil para manejar la pelota, para aparecer siempre como apoyo para sus compañeros, para desprenderse de la pelota en el momento justo o para romper líneas defensivas con facilidad, él sabe cómo brillar. Ese brillo lo llevó a la Selección desde bien joven: con 21 años era una estrella internacional. Pero Bernard Laporte, técnico de entonces, prefirió a Pepito Elhorga y decidió dejarlo de lado del plantel que fue al Mundial 2003.
Según sus amigos pasó casi una semana sin comer después de ese día. Estaba furioso, pero no con Laporte. Con él mismo. Sediento de revancha se entrenó duro. Persistió en su estrellato y cayó en el plantel que se llevó el Seis Naciones 2004. Repitió en 2006, y nadie se atrevió a discutir su inclusión en el Mundial de 2007. Sin embargo, Laporte le jugó otra de las suyas. Lo dejó afuera en partido inaugural, contra Los Pumas. Y el bueno de Vincent, que no estuvo ni siquiera entre los convocados, no pudo ni masticar bronca en el banco de suplentes.
Pero para disipar su furia se las arregló para hacer ruido. La derrota ante Argentina le dio una nueva oportunidad. Laporte cambió sus esquemas y Clero pasó a ser titular. No decepcionó pese a la pobre actuación del equipo: anotó cinco tries en seis partidos. Y volvió a ser dejado de lado por el entrenador en el último duelo ante Los Pumas. "Me duele, porque no les gané nunca. Y porque Albacete y Vernet Basualdo-sus compañeros de equipo- me hacen bromas sobre un partido que yo no pude decidir", sostuvo mucho después.
Todo cierra con el número tres, con esa tercera vez en que un entrenador lo sacó del equipo pese a sus méritos. Aunque había sido el mejor en el debut de Francia en este Seis Naciones, Marc Lievremont lo iba a dejar afuera de los quince de arranque en el partido ante Irlanda. Más furia para alimentar a Clerc. Pero la desgracia de uno fue su bendición: Julien Malzieu, con una molestia física, se perdió el partido. Esa lesión volvió a depositarlo entre los titulares. Y él respondió con más ruido: tres tries, otra vez figura, el mundo en sus manos y él en los labios del mundo.
Quizá viive vengándose porque quiere hacer honor a esa vieja frase de Shakespeare: "La vida es una historia de ruido y furia contada por un idiota". Quizá sólo se dedica a hacer lo que sabe. Es que desde su biografía no se puede decir mucho más. Nació un 7 de Mayo Échirolles, un pueblo campestre del sur francés con 35 mil habitantes. Su madre se llama Florence; su hermana, Margaux. Fue medio scrum antes de ser wing. Es padrino de una fundación que les da hogar a los niños pobres de su país. Y sabe correr.
Por Pablo Cheb Terrab
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