Como ejercicio de contrastes, las vivencias de los dos últimos fines de semana no pueden ser más distintas. Hace 10 días, tal como cubriera Ámbito Financiero y Al Rugby, pude trabajar en una nueva edición del Emirates Airline Dubai Sevens. Viernes y sábado de esta semana que pasó, fue otro seven pero en un destino tan disímil como distante: el Seven del Fin del Mundo, en Ushuaia.
Del desierto en la puerta de ingreso a Asia a la ciudad más austral del mundo casi sin detenerse en un choque cultural, social, organizativo y deportivo. Pasé de la Fórmula Uno del rugby de siete hombres a uno de los torneos con más magia y espíritu que conozco. No hubo uno mejor que el otro (fueron tan distintos que sería inútil plantearlo). Pero valga el ejercicio para este espacio.
El torneo en Dubai es por demás increíble. La profesión, y la generosa invitación de Emirates Airline, me llevó por cuarta vez al más conocido de los siete Emiratos Árabes Unidos. Es una ciudad interesante, de rara personalidad, que busca todo lo grandioso: el edificio más alto del mundo, el hotel más lujoso, el shopping más grande con la pecera interna más imponente, el ski de nieve bajo techo. Todas cosas que impresionan en una ciudad de crecimiento tal que año a año se descubren nuevas obras. Eso sí, llama la atención la poca ocupación de muchos de esos enormes edificios.
La experiencia comienza en el vuelo mismo. En cualquiera de las categorías que se viaje, Emirates Airline se destaca. Llegar a DBX (el código del aeropuerto) sorprende. Limpieza, lujo y espacio es algo que llama la atención.
Ya en 7he Sevens, donde se juegan 15 torneos al mismo tiempo incluyendo el internacional, el verde de las siete canchas contrasta con el desierto que empieza al terminar el enorme estacionamiento. Los hinchas se acercan de a miles -hubo 80 mil en dos jornadas-, son ruidosos y ven en este fin de semana el momento de distenderse en un país de estrictas conductas religiosas y morales. Ahí se puede beber sin problemas pero las cosas están tan claras que una de las tribunas cabeceras es únicamente para familias y hay ley seca. La otra está prohibida para menores y la diversión es evidente.
En cuanto al rugby específicamente, el HSBC World Sevens Series es otro deporte cuando se lo compara con el seven que se juega en el país. Las destrezas atléticas y técnicas son tales que uno imagina que cualquier jugador del circuito haría destrozos en los muchísimos sevens que ya se jugaron o se jugarán durante el verano.
De Dubai a Ushuaia, vía San Pablo (por suerte, a partir del 3 de enero habrá vuelo directo con una escala) y Buenos Aires, y el contraste es gigante. El vuelo no es parte de la experiencia: sentados en la pista durante una hora porque la torre está peleada con la aerolínea o algún gremio, marca el inicio de la aventura. Sobrevolar Ushuaia es de fuerte impacto: las montañas nevadas, el Canal del Beagle y una ciudad en desordenado crecimiento entran instantáneamente por los ojos. Gracias a la invitación del Ushuaia Rugby Club, viajé por octava vez a este torneo. Los lazos de amistad ya son firmes. La promesa de un campo de juego en perfectas condiciones no siempre se cumple. Esta vez, la cancha uno del club que está a orillas del Río Pipo luce de un verde atípico para la región. Con 20 centímetros de nieve como cubierta invernal, que esté como está merece los aplausos.
La cancha dos es la hermana pobre. Sin pasto y con piedras de distintos tamaños, es el fiel reflejo de lo que es el espíritu del rugby en el punto más al sur de nuestro país. Jugar al rugby ahí requiere de unos cojones de gran tamaño y un amor por el rugby que va más allá de las seguras magulladuras que van a venir.
Una de las cosas que más sorprende al ir a Ushuaia, al fin del mundo como les encanta definir, es justamente esa pasión que tienen por el rugby. Cuando uno piensa en las dificultades que enfrentan -la mayoría debido a una naturaleza que atenta contra el normal funcionamiento del deporte- y las compara con las de otros rugbiers en lugares mas favorecidos del país entiende mucho de la psiquis fueguina.
Hay que querer mucho al rugby para jugarlo en esa cancha dos del Ushuaia Rugby Club. Ver como los locales se tiran de cabeza en cada pelota marca que su pasión supera cualquier dificultad. O que es tal el acostumbramiento a las dificultades que no las ven como tales. Es enorme el esfuerzo que hace el club para que el Seven del Fin del Mundo se haga. Ya llegó a la edición 25, lo que llena de orgullo a un Ushuaia Rugby Club que acaba de celebrar su 30º aniversario. Es un club y un torneo que no debería tener límite, pero que debería cuidarse del crecimiento por el crecimiento mismo. Viene bien como están, con pocas figuras pero con ganas de compartir y pasarla bien. Que no llegue el día que sea tan competitivo que los equipos no interactúen y sea tan sólo un evento deportivo.
Dubai y Ushuaia son tan distintas como ciudades que no tienen sentido en la misma frase. Sus torneos de seven lo mismo. Ambas ciudades están separadas por casi 15 mil kilómetros. Su rugby también tiene distancias que parecen, hoy, insalvables. Ninguno es mejor que el otro. Son dos muestras de que el rugby es para que lo puedan disfrutar todos.
Por: Frankie Deges
www.alrugby.com
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