En el deporte, lamentablemente, sólo los ganadores tienen la posibilidad y la enorme alegría de levantar sobre sus cabezas el trofeo que los indica como campeones.
PARÍS – En el deporte, lamentablemente, sólo los ganadores tienen la posibilidad y la enorme alegría de levantar sobre sus cabezas el trofeo que los indica como campeones.
El de la IRB Copa Mundial de Rugby lleva como nombre William Webb Ellis, en conmemoración a quien se considera padre del rugby. Cuenta la leyenda, que a mediados de 1823, este joven, mientras asistía al colegio, cansado de las reglas del fútbol tomó la pelota entre sus manos y corrió dando nacimiento al deporte ovalado.
Algunos meses antes del inicio de la primera RWC en 1987, el trofeo fue solicitado a los ex joyeros de la corona Garrard. La copa es una reproducción de una hecha en 1740 por Paul de Lamerie, un artesano francés refugiado en Inglaterra durante los años de persecución religiosa en su país. En ese momento el presidente de la IRB era John Kendall-Carpenter y el Secretario Honorario Bob Weighill supieron, aunque no buscaban un trofeo bañado en oro, que esa pieza representaba los valores de la tradición del rugby y también su masculinidad.
El trofeo tiene 38 centímetros de alto y está realizado en plata bañada en oro. Sobre una de sus asas se encuentra la cabeza de un sátiro mientras que sobre la otra se encuentra la cabeza de una ninfa. En la parte frontal de la Copa se encuentran las palabras International Rugby Board seguidas de la inscripción The Webb Ellis Cup.
Bautismo triunfal
La primera aparición en público se produjo en los trials de Nueva Zelanda en Whangarei, semanas antes del inicio del torneo. Desde entonces el trofeo siempre estuvo en giras de promoción previas a los inicios de las Copas Mundiales de rugby. Antes de la actual competencia un tren la llevó por las ciudades de Francia (entre mayo y noviembre de 2006) como forma de promocionar el torneo.
El bautismo oficial del Trofeo Webb Ellis fue el 20 de junio de 1987, cuando el capitán del equipo ganador, el neozelandés David Kirk, la levantó triunfante. Los últimos brazos que sintieron su gloria fueron los del equipo inglés campeón cuatro años atrás, y ahora espera impaciente por saber quién será el próximo en ponerlo en lo más alto el sábado en el Stade de France.
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