Ricardo Bordcoch, ex presidente del club Universitario, ex miembro de la International Rugby Board y ex árbitro de la Unión Cordobesa y la Unión Argentina de Rugby, nos envío una columna de opinión sobre el profesionalismo en el rugby.
En innumerables conversaciones que he mantenido con personas vinculadas al rugby, en especial durante las tertulias de los terceros tiempos, he escuchado una variada gama de quejas vinculadas a los males que el profesionalismo supuestamente le depara al rugby. Ello me ha impulsado a expresar públicamente mi punto de vista con el deliberado propósito de atizar el debate.
Para empezar acudí al Diccionario de la Real Academia Española en procura del significado de la palabra profesionalismo y encontré una sola acepción: Cultivo o utilización de ciertas disciplinas, artes o deportes, como medio de lucro. El resultado era obvio pero no satisfactorio. Ahondé un poco más, esta vez en el significado de la palabra profesional y en la quinta acepción encontré que se trata de la persona que ejerce su profesión con relevante capacidad y aplicación.
Con este básico pero sólido bagaje, siendo además un profesional de la abogacía, me animé a armar mi propia versión. En primer lugar, para ser un profesional de cualquier actividad, se deben reunir los requisitos para ello, es decir contar con las aptitudes y dedicación necesarios que habiliten para la práctica de la actividad de que se trate y luego ser capaz de ganarse la vida ejerciendo esa profesión. Y aquí surge la primer disquisición, y es que no es la paga lo que convierte a alguien en un profesional sino su aptitud y dedicación.
En el terreno del deporte el esquema es similar, aquel que se destaca tanto por sus habilidades, como dedicación y desempeño, merece ser retribuido por la prestación de sus servicios, claro siempre que haya alguien dispuesto a pagar por ello.
En el rugby de nuestro país fuimos educados en el contexto del más absoluto amateurismo, sin embargo la ambición por el triunfo hizo que cada vez se demandara una mayor dedicación en la preparación, como consecuencia de lo cual – como el día tiene 24 hs para todo el mundo – hubo que quitarle tiempo a otras cosas como familia, trabajo, estudio, etc., pero además esa mejor preparación se hizo cada vez más sofisticada con la incorporación de especialistas en distintas áreas, gimnasio, suplementos alimenticios, etc.
El jugador de rugby argentino de hoy le dedica a su preparación muchas horas diarias, muy cerca del punto de inflexión con la dedicación exclusiva, lo cual lo coloca en una posición similar a la de un atleta profesional, siendo la diferencia más notable – aunque no la única – que no recibe paga por ello. No obstante alguien paga por ese trabajo añadido, ya sea su familia, él mismo o bien el club, ya que ninguno de esos servicios es gratuito, sin dejar de tener en cuenta que, en las horas que dedica a la preparación, podría realizar alguna actividad productiva que le generara algún ingreso.
Esta actividad que acabo de describir está universalmente aceptada, es más, es incentivada desde los estamentos dirigenciales en aras del triunfo del equipo de que se trate, pero a poco de andar se advierte que toda esta dedicación sólo es posible si se cuenta con los recursos para ello, y si bien es cierto que no existe una retribución directa por el acto solitario de jugar, el jugador de rugby está llenando uno de los requisitos de la definición que nos introdujo en este tema, pues queda claro que lo hace con “relevante capacidad y aplicación”. Solo falta que se le pague para completar la definición.
Y es en este punto donde sale a relucir la contradicción reinante y las permanentes disputas entre quienes favorecen esta postura y quienes se resisten a permitir algún cambio de idiosincrasia en el rugby.
Cuando el IRB declaró a este juego “abierto” en 1995 no lo hizo como consecuencia de un mesurado y prolijo análisis que llevó a los popes del rugby mundial a esa conclusión, todo lo contrario, debió actuar rápidamente en ese sentido ya que la autoridad mundial estaba seriamente jaqueada por la inminente aparición de una liga internacional profesional por fuera de sus estructuras. En otras palabras estaba el dinero para pagarle a los jugadores y éstos habían firmado preacuerdos para abandonar sus clubes e irse donde se les iba a pagar, contra todos los principios y bondades del amateurismo.
Por lo tanto la cuestión de si es bueno o malo el profesionalismo en el rugby, carece de toda trascendencia, ya que está allí latente, simplemente a la espera que alguien esté dispuesto a cerrar el círculo y ofrecerle una retribución a nuestros esforzados jugadores.
Pero por otra parte corresponde reconocer que el deporte profesional en general, cumple una función social trascendente, ya que constituye un entretenimiento social de enorme importancia – no hace falta que me detenga en esto – y de este modo deja de ser una mera competencia deportiva para transformarse en un espectáculo deportivo, rodeado de condimentos que lo convierten en una plataforma de negocios de diversa índole, de la cual mucha gente – no sólo los atletas – vive.
A mi juicio no es correcto demonizar al deporte profesional, y el rugby no escapa este concepto general, pese los argumentos en tal sentido que se escuchan, en realidad lo que habría que hacer es copiar el modelo que más se adapte a nuestra idiosincrasia, ya que hay ejemplos de más de dos décadas de experiencia en otros lares, hacer los ajustes que se consideren necesarios, y poner en práctica esta modalidad antes que alguien con el suficiente dinero lo haga en lugar de la UAR.
Eso sí, habrá que dictar las normas de convivencia entre el juego amateur, que seguirá siendo la inmensa mayoría, y los profesionales, además de contemplar los derechos de formación de los clubes en el marco de los pases internos (los internacionales ya están regulados por el IRB) y establecer con precisión el límite para esta práctica.
Y el tema es urgente, ya que está visto que el modelo de incorporarse a competencias internacionales regulares con una base pequeña de jugadores no va a dar los resultados deportivos esperados, y que se hace necesario incrementar rápidamente la masa crítica de jugadores que participan a ese nivel para mejorar la calidad del juego.
En este sentido cabe reconocer que la UAR ha dado los primeros pasos, puesto que la asamblea de la entidad ya aprobó la remuneración a sus jugadores seleccionados, sólo falta tomar la decisión respecto del formato de la competencia, es decir si se abren franquicias de clubes o se opta por seleccionados regionales. Queda servido el debate.
Dr. Ricardo G. Bordcoch
Abogado
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