La selección de Sudáfrica culminó el 2007 como la máxima potencia del rugby tras consagrarse en el Mundial de Francia, certamen que dio lugar a muchas sorpresas, entre ellas la confirmación de Argentina como uno de los líderes indiscutidos de este deporte.
LONDRES (Reuters) – La selección de Sudáfrica culminó el 2007 como la máxima potencia del rugby tras consagrarse en el Mundial de Francia, certamen que dio lugar a muchas sorpresas, entre ellas la confirmación de Argentina como uno de los líderes indiscutidos de este deporte.
Sin embargo, a pesar de que Sudáfrica, Inglaterra -subcampeón en Francia-, y Argentina podrán disentir, la historia del rugby en el 2007 también quedó marcada por el sorprendente, aunque ya familiar, derrumbe de Nueva Zelanda en la máxima competencia.
Los Pumas hicieron maravillas para liderar el grupo más duro del Mundial, tomando con facilidad el lugar de un decepcionante seleccionado irlandés, y despidiéndose del Mundial con un triunfo sobre el dueño de casa para asegurarse el tercer puesto, su mejor clasificación en la historia.
El equipo argentino aún no tiene lugar en los prestigiosos Seis y Tres Naciones, pero la International Rugby Board (IRB) ha dado pasos positivos para asegurar la permanencia de los Pumas en la elite del rugby.
La despiadada eficiencia de los Springboks los convirtió en merecidos vencedores del Mundial, donde el éxito de Argentina y Fiji, la contundencia de Tonga, Namibia y el debutante Portugal se conjugaron para hacer del torneo el mejor de los seis que se disputaron hasta ahora.
Eso fue una buena noticia, ya que el Mundial empalideció a los demás enfrentamientos internacionales, que ahora son considerados como mera preparación.
Esto es particularmente cierto en Nueva Zelanda, donde el dominio de los All Blacks en los torneos intermedios perdió relevancia frente a un nuevo fracaso en el Mundial.
El entrenador Graham Henry pasó cuatro años preparando a su equipo para la final del 20 de octubre en París, pero, a pesar de una revisión en la que no dejó piedra sobre piedra, vio como su equipo se despedía del Mundial en cuartos de final por primera vez en la historia.
La política de Henry era construir un plantel intercambiable de 30 hombres y dio descanso a todos los jugadores tanto en partidos provinciales como en tests para asegurar su condición física en el Mundial.
Sin embargo, esa política fracasó de manera espectacular. Algunos jugadores neozelandeses habían olvidado cómo jugar 80 minutos intensos, lo que provocó el quinto fracaso consecutivo de los All Blacks en mundiales.
ENFOQUE CAUTO
Para Francia, recuperada de la derrota ante Argentina en el partido inaugural, la victoria sobre los All Blacks en Cardiff fue lo mejor del torneo, ya que luego cayó en semifinales ante Inglaterra en medio de una atmósfera fantástica en el Stade de France parisino.
El entrenador del equipo galo, Bernard Laporte, se despidió de su puesto con el estigma de haber estropeado las posibilidades del equipo con su visión cauta de jugar con el pie, que neutralizó el instinto de ataque y dejó a los seguidores del rugby francés sintiéndose traicionados.
El sobresaliente wing Bryan Habana, elegido por la IRB como el mejor jugador del año, encarnó la idea de juego de Sudáfrica con su total compromiso con el juego defensivo, mientras que el capitán John Smit fue el seguidor fiel de los pasos de su colega Francois Pienaar, quien lideró al campeón de 1995.
Así, 11 meses después de entrarse de que estaba a un partido del despido, el entrenador de los Springboks, Jake White, estaba celebrando en Pretoria, pero más tarde dejó su puesto agobiado por la incesante intromisión política en el rugby sudafricano.
Casi en el olvido quedó la tripleta de títulos lograda por los All Blacks en el Tres Naciones o el suceso de Francia en el Seis Naciones, trofeo que todos creían quedaría en manos de Irlanda.
La Copa Heineken volvió a ser una competencia vibrante, disputada con incesante intensidad y terminó con los Wasps derrotando a Leicester en el primer duelo entre ingleses en la final del certamen, mientras que Stade Francais y Leicester se consagraron campeones de Francia e Inglaterra respectivamente.