Habían pasado más de cuatro horas de negociaciones y discusiones. Mientras la comitiva de Buenos Aires esperaba, impaciente, el resultado del encuentro, el bloque completo del Interior prolongaba su debate en un lugar apartado. Habían pasado más de cuatro horas de negociaciones y discusiones. Mientras la comitiva de Buenos Aires esperaba, impaciente, el resultado del encuentro, el bloque completo del Interior prolongaba su debate en un lugar apartado. Carlos Righi, como al pasar, dejó caer un comentario que no pudo ser más elocuente: "Por el bien del rugby argentino esperemos que esto se solucione" .
Pero la súplica que el secretario de la URBA liberó en la recepción de la UAR no fue escuchada. Once minutos después de la medianoche del lunes, la asamblea extraordinaria de presidentes tomaba una resolución que puede ser uno de los mayores errores de la historia: se impidió la reforma estatutaria para avanzar hacia un estado de profesionalización.
Algo tan insólito como incomprensible: la postura impide un paso indispensable para sobrevivir y progresar en un universo diferente, ya bastante alejado de la chata realidad que defiende un segmento de la dirigencia, cegado de poder.
Que exista un total acuerdo para crear una estructura acorde con las necesidades de un seleccionado de elite, como son los Pumas, pero que esté bloqueado por la absurda idea de recortar los alcances de la URBA, atenta contra el bien común. Aprovechar la oportunidad para sacar un rédito político se parece demasiado a una extorsión.
Al interior -más precisamente, a algunas de las uniones fuertes del sector-, lo único que parece importarle es su propio beneficio. Debilitar a la flamante conducción de la UAR, como represalia por promesas incumplidas de anteriores mandatos, no es la forma de demostrar capacidad.
La pregunta es: ¿de qué manera esos sectores del interior pueden sustentar sus exigencias? Mientras Buenos Aires, en la era moderna, nunca abusó de su poder, las demás provincias han sufrido una preocupante involución en su desarrollo. Por ejemplo, Tucumán, una de las uniones más inamovibles en su reclamo, debió suspender su campeonato de primera división el último fin de semana por falta de árbitros y, desde hace tiempo, algunas de sus figuras emigran a clubes de Buenos Aires para progresar deportivamente o utilizar esa exposición para luego volar a Europa. Nadie puede negar que eso sucede.
Entonces, ¿cómo se justifica esa obstinación para impedir un acercamiento con la IRB y que así este organismo llegue con su abundancia monetaria para respaldar una reorganización interna trascendental, requerida desde hace años, pero siempre postergada?
Este rechazo a la modernización del estatuto pone en peligro lo que pueda suceder con el seleccionado. Y ése es un riesgo inadmisible.
El consejo directivo tendrá que ingeniárselas para fundar la tan mentada comisión profesional, pese a las limitaciones presupuestarias (la UAR está concursada y no puede hacer libre uso de su dinero) y a los incomprensibles condicionamientos que se le ponen en el camino.
Bajo ningún concepto puede paralizarse la transformación del rugby argentino. Los Pumas no se merecen el egoísmo de algunos de los dirigentes con influencia en las decisiones mayoritarias. Es inaceptable que el tironeo por el manejo perjudique a la máxima riqueza: el seleccionado nacional. Y también lo es que se pierda la oportunidad de fortalecer los cimientos, porque sin los centros de alto rendimiento, el interior se va a hundir más y las consecuencias pueden ser nefastas. Nadie quiere deambular en la intrascendencia, pero la mezquindad de un grupo conduce irrevocablemente a ese destino perturbador del que tal vez no haya retorno.
Por Santiago Roccetti
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